M. de miedo M. de muerte


¿Alguna vez has sentido miedo? Apuesto a que sí.

Esa sensación de pánico, inquietud que hace que te tiemblen las rodillas y se te ericen los pelos de la nuca. Esa sensación de que te están observando frente a un espejo, en tu armario, o tan solo, detrás de ti. Esa sensación que te obliga a gritar y a correr como si no hubiera un mañana, y tal vez no lo haya.
Yo también lo sentí, solo una vez.

Una noche cualquiera, yo estaba escribiendo en la computadora. Estaba determinada a ser una gran escritora algún día. Luego, cerré el Word. Tenía que dormir. Pero, antes de apagar la computadora, abrí el Google y entre a (.....). Y es que simplemente adoro las historias de terror y las leyendas urbanas.

Entonces, encontré un creepypasta que hablaba de cierta casa abandonada. Estaba cerca de mi barrio. Y según la manera en que estaba narrada la historia, parecía algo falsa. Siempre mi sueño ha sido visitar una casa abandonasa, vivir una aventura.

Así que al día siguiente hablé con mis amigas.

-No, yo ni loca. Olvídate- dijo una.

-A mi me parece bien. Me fascina la idea- dijo una de mis mejores amigas, Violeta.

-A mí también. Me da curiosidad.- dijo Carla, otra gran amiga.

Luego, un compañero se acercó. Su nombre era Francisco.

-¿De qué están hablando?

-… (no diré mi nombre por razones que explicaré luego) dice que conoce una casa abandonada a la que ir a investigar- dijo Violeta.

-Genial, yo también me apunto.

-¿En serio? ¡Super!- dije sonriendo-. ¿Qué tal hoy a la medianoche?- ellos asintieron-. Bien. Traigan linternas y cámaras. Nos vemos en la puerta de mi casa.

Salí de mi casa vestida con jeans, zapatillas y una sudadera con un bolsillo en el que guardaba mi linterna y mi cámara. Afuera, me encontré con Violeta, Carla y Francisco y partimos en nuestras bicicletas hacia la casa.

Luego de un rato, llegamos y entramos. El olor era putrefacto y el suelo y las paredes, polvorientas. Prendimos nuestras linternas, mientras yo grababa con la cámara y Francisco sacaba fotos con la suya. Nos encontramos frente a una enorme escalera. Todos empezamos a subir y yo fui la última. De repente, sentí una respiración fría en mi nuca y los pelos se me erizaron. Volteé y no había nadie, pero juro que pasó.
Pasamos al segundo piso, donde habían varios puertas. Francisco intentó abrir una, pero estaba atascada.
-Chicas, ¿me ayudan?

Yo lo ayudé y empujé la puerta mientras él giraba la manija, pero siguió sin abrirse. Violeta y Carla ayudaron, pero aún así, la puerta no se movió un milímetro.

-Mierda- murmuró Francisco-. Está más atascada que el trasero de mi abuela cuando se pone los pantalones.

La tres tuvimos que reprimir una carcajada. Francisco era el payaso del salón y un genio para el sarcasmo y las bromas.

Entonces, nuestras linternas se movieron hacía el pasillo. Por una fracción de segundo, vimos a alguien vestido de blanco. Todos retrocedimos hacia atrás y Violeta y Carla ahogaron un grito.

-¿Qué demonios fue eso?- preguntó Violeta.

-Tengo miedo- murmuró Carla.

-Chicas, no digan eso. Es lo último que podrías decirle a un fantasma.

Ellas se estremecieron. Yo seguí avanzando.

-¿Acaso no tienes miedo?- preguntó Francisco.

-No les tengo miedo a las fantasmas.

Pero eso no sería verdad por mucho tiempo.

Cuando por fin pudimos abrir la puerta de una habitación, vimos una habitación infantil en la que, en un costado de la habitación, un oso de peluche colgaba de una cuerda unida al techo, como una ejecución. Los demás se estremecieron, pero yo pensé : “Es solo un peluche”. Me acerqué al oso y lo tomé en mis manos. Sentí algo húmedo y, ante mis propios ojos, el oso comenzó a sangrar. Lo dejé caer al suelo, pero más por repugnancia que por miedo. Se me ocurrió algo. Miré a mi al rededor y dije:

-Si hay alguien más aquí aparte de nosotros, danos una señal.

Eso lo leí en el creepypasta.

Mis amigas se estremecieron mientras las paredes comenzaban a golpear.

Sonreí, como si fuera el mayor logro de toda al historia y no un supuesto riesgo de muerte.

-Quiero salir de aquí- dijo Carla mientras echaba a correr.

-Carla, ¡espera!- dijo Violeta.

-¡Carla!- dije con cierto fastidio.

Luego, escuché un sonido de choque en el piso de abajo y salí de la habitación. Francisco y Violeta tenían los ojos abiertos como platos. Me asomé por la escalera y vi el cuerpo sangrante de Carla estrellado contra el suelo. Mi mejor amiga… muerta. Mis ojos se humedecieron, a la vez que Violeta echaba a llorar. Francisco trataba de tranquilizarla, pero sus palabras eran un tanto hirientes:

-Tranquila, Violeta. No tenemos tiempo para esto. Debemos salir de aquí.


Y esta vez estuve de acuerdo. No quería ver a más amigos muertos esa noche.

-¡Vamos, entonces!- exclamé mientras corría a la puerta.

Pero, de repente, la puerta se cerró frente a mis narices, de la nada. Violeta gritó. Traté de abrir la puerta, pero no se podía. Había quedado tan trabada como la puerta de la habitación de arriba.
¡La puerta! ¡La clave estaba en la puerta de arriba!
Corrí hacia las escaleras y me paré frente a esa puerta.

-¿Alguien tiene algo que sea útil para abrir una puerta?- pregunté.

-No- dijo Francisco, mientras Violeta aún lloraba.

-Entonces hay que buscar por toda esta puta casa para encontrar algo.

-¡…, no podemos hacer eso!

-¡Hay que vencer nuestros miedos!- dije mientras corría por los pasillos.

Apunté mi linterna hacia adelante, guiándome. Frente a mi, vi una escalera que conducía al sótano. Bajé por allí. Sentí nuevamente esa respiración en mi nuca. Mis músculos se tensaron y se pusieron rígidos, y me di cuenta de que también tenía la piel de gallina. ¿Eso… era el miedo?

Sacudí la cabeza y seguí bajando, olvidando ese frío en mi nuca.

Entonces, cunado bajé el último escalón, la respiración tras mi cuello… susurró algo. No escuché muy bien, pero estoy casi segura de que dijo:

-Detrás de ti.

Volteé a toda velocidad, esperando que fuera una broma de Francisco. Pero no había nadie. Solo la soledad y el silencio. Volteé de vuelta hacia delante y entonces, me esperó el horror. Miles de esqueletos descansaban en el suelo y había charcos de sangre seca en el cemento. Más allá, habían algunos recientes, que aún se estaban pudriendo. Fue una visión horrorosa, tenían muecas de terror, ojos blancos y vacíos y piel desfigurada y llena de sangre. Por primera vez, grité. Y corrí. Corrí escaleras arriba. De pronto, tropecé con algo, pero por suerte, me agarré pronto a la barandilla. Miré para ver qué era. Era una barra de hierro. La tomé, era perfecta para abrir la puerta de arriba. Luego, volteé por última vez al sótano. Los cuerpos y la sangre ya no estaban ahí.

Pero aún así, seguí corriendo.

Llegué a donde estaban Violeta y Francisco, pero no los vi. Tampoco el cadáver de Carla.
-Chicos, no es gracioso- dije-. Salgan donde quiera que estén.
Pero no estaban.

Me dispuse a abrir la puerta igualmente. Lo hice con todas mis fuerzas, tantas, que mis dedos empezaron a sangrar. Aún así, seguí intentando hasta que se abrió.

La habitación estaba más oscura de lo normal. Traté de prender mi linterna, pero no funcionaba. Lo primero que pensé es que se había terminado al batería. Pero entonces, empezó a titilar y encenderse una y otra vez. Iluminó la habitación.

Deseé no haber abierto esa puerta y salir inmediatamente de esa maldita casa.

En la habitación, colgando de sogas en el techo (como aquel oso de peluche), estaban Carla, Violeta y Francisco. Grité y retrocedí un pasó. Sus ojos vacíos y blancos se dirigieron hacia mí.
-Detrás de ti- susurraron

Esta vez, tuve MIEDO de voltear. Sentí esa respiración en mi cuello. Volteé poco a poco.
Ahora, estoy escribiendo esto. Luego, me suicidaré. Me mantuvo encerrada en esta casa demasiado tiempo y no puedo seguir así. Pero me pidió que te dejara un mensaje:

En las noches en que te sientes solo, está ahí; en el espejo retrovisor de tu auto, está ahí; cuando tienes miedo; está ahí. Así que cuídate. En cualquier momento, puede que vaya por ti. Si escuchas cualquier sonido extraño en tu casa, es porque está cerca y estás por morir.
M de muerte.

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