El Burdel de las Parafilias: Rompiendo el protocolo [Capítulo 2] (+18)

ADVERTENCIA: Lo Que Se Publica En Esta Pagina, Tiene El Fin De Entretenimiento.
La sigiente historia no se recomienda leer para personas moralistas o de mentes debiles.
Contiene descripciones graficas y sexuales, No nos hacemos responsables por daños mentales.
ATTE: Kevin Mendoza

Lolicon8: Sé de un lugar donde puedes cumplir tu fantasía.

Putrid-doll: ¿En serio? ¿Dónde?

Lolicon8: En el centro, es un burdel clandestino.

Putrid-doll: ¿Un burdel? ¿Y cuánto cobran? Sabes que aún dependo del dinero de mis padres.

Lolicon8: No te preocupes por el dinero, digamos que pagas en especie…

Putrid-doll: Eso no suena bien…

Lolicon8: ¿Qué tanto deseas hacerlo?

Putrid-doll: Touché, valdría la pena aunque terminara como la chica de réquiem por un sueño.

Lolicon8: Solo un consejo… excédete, desquita tu pago al máximo y no te arrepentirás.

Putrid-doll: Me conoces, sabes que lo haré, dame la dirección.

Se la escribió enseguida con una breve descripción del lugar y le indicó que preguntara por Liss. Tras pocos minutos de charla intrascendental sobre sus filias, ambos se desconectaron. El seudónimo «Putrid-doll» pertenece a Jennifer Díaz, una adolescente de quince años. Decir que es aficionada al gore sería poco, lo indicado sería decir que tiene una obsesión con él; está suscrita a cuantas páginas al respecto ha encontrado y no simplemente disfruta mirar personas cortadas en dos, decapitadas o con la materia gris fuera del cráneo, sino que le genera una seria excitación. Creyó que todo se limitaba al morbo, sin embargo, comprobó lo contrario durante una visita escolar a la morgue. Tras algunos minutos de contemplación de aquel cadáver masculino con los intestinos expuestos, tuvo que correr al baño a masturbarse para no saltar sobre él y su verdusco cuerpo.

Al leer las palabras de Lolicon8 (no tenía ni la más mínima idea de cuál era su nombre verdadero), supo que tendría que visitar aquel lugar esa misma noche. Guardó en su mochila una serie de artículos que pensó que podría utilizar: un atuendo de dominatrix, un par de botas de piel con plataforma alta y su amada catana sumamente afilada que su madre no consiguió prohibirle comprar. Esperó a que sus padres se durmieran y salió sigilosamente por la ventana, como tantas veces lo había hecho antes cuando deseaba irse de juerga sin su consentimiento.

Le resultó sencillo localizar el viejo edificio con la descripción de Lolicon8. Habló con la anciana, cruzó por el pasillo abandonado y descendió las escaleras, encontrándose con la orgía. Ya que no poseía una buena vista, se acercó a observar de cerca aquella masa gimiente. Penetraciones por aquí, lengüetazos por allá, sin duda resultaría excitante para un visitante común, pero era demasiado ordinario para su gusto.

Una atractiva joven de escasa vestimenta se acercó a ella con una charola repleta de dulces, lo cual le resultó bastante curioso en un lugar así; sin embargo, los dulces eran una de sus mayores debilidades.

—¿Qué tienen? —preguntó ella, suspicaz, asumiendo que tendrían alcohol o droga.

—Las paletas son de pene cubierto con chocolate, los caramelos de limón con relleno de ojo en el centro y los bombones tienen sesos —respondió la joven con total naturalidad. Jennifer pensó que bromeaba, pero no la cuestionó, tomó una paleta, varios dulces y algunos bombones; lo primero que comió fue la paleta, descubriendo que era real y la disfrutó como ninguna golosina en su vida.

Estaba tan absorta comiendo aquellos dulces caníbales que se había distraído por un momento de su propósito en ese lugar. Entonces apareció una mujer de al menos uno ochenta de alto, de cabello oscuro, figura esbelta y rasgos europeos que la regresó a su misión.

—Vaya, nunca había visto una mujer tan joven por aquí.

—¿Tú eres Liss? —preguntó Jennifer disimulando hábilmente lo intimidada que estaba por su estatura y su belleza.

—Exactamente, supongo que viniste a hablar de negocios —respondió, tras lo cual la condujo a su oficina.

—Tengo entendido que pueden cumplir cualquier parafilia.

—Así es, cualquiera en absoluto. Y ¿cuál es la parafilia de una jovencita como tú?

—¿Tiene a la mano una libreta para tomar notas?

—No es necesario, tengo una memoria excelente.

—Espero que así sea. Quiero seis personas: tres hombres, todos de más de metro ochenta, piel clara, cabello oscuro, penes mayores a dieciocho centímetros, delgados pero bastante fuertes, atractivos, masoquistas, de entre diecisiete y veinte años; y tres mujeres que no midan más de metro setenta, piel clara, delgadas, hermosas, igualmente masoquistas, entre catorce y diecisiete años, todos sumisos y desnudos. Necesito un cuarto con una tina amplia llena de sangre tibia, una cama grande, una silla ostentosa (de poder proporcionarme un trono sería excelente), unas cuerdas bastante resistentes y un juego de cuchillos afilados.

—¿Eso es todo? —preguntó Liss, ligeramente sorprendida por las exigencias de aquella joven. Jennifer respondió afirmativamente y su interlocutora le pasó dos catálogos, uno de mujeres y uno de hombres para que escogiera su harén. Los contempló un par de minutos y soltó un suspiro.

—Esto de los catálogos no me agrada, son solo fotografías y datos al azar. Preferiría escoger a mis chicos en persona —pronunció arrojándolos al escritorio de Liss.

—Tenemos alrededor de trecientos individuos que cumplen con tu descripción, ¿piensas verlos a todos? —Jennifer fantaseó un momento con encontrarse rodeada de una multitud de personas hermosas entre las cuales elegir, sin embargo, resultaba poco práctico y debía volver a su casa antes de que sus padres despertaran.

—Tráeme lo mejor que tengas, diez hombres y diez mujeres, tu mejor material.

—Puedo asegurarte que todo lo que tenemos es excelente «material» —dijo Liss acentuando burlonamente esa última palabra.

—Bien, entonces no te costará elegir veinte.

—Rob, trae a diez chicos del grupo AD201 y a diez chicas del grupo TD104, no mayores a un metro setenta… Sí, de inmediato… a mi oficina —telefoneó rápidamente—. Estarán aquí en cinco minutos —respondió ella amablemente.

—La persona que me recomendó este sitio me mencionó que cobraban en especie, de acuerdo a la fantasía a cumplir. En ese caso, ¿cuál será el precio por la mía?

—El precio nunca se menciona antes de cumplir sus peticiones, no queremos asustar a los clientes. Además, ¿no valdría cualquier precio cumplir tu fantasía?

—Está bien, no insistiré con eso, pero tengo otra pregunta: si nunca le cobran un centavo a sus clientes, ¿de dónde obtienen los recursos para seguir manteniendo el negocio?

—Aunque no lo parezca, este es un negocio bastante rentable, y tenemos muchas otras formas de sustentarnos.

Justo al terminar esa frase, apareció Rob con la ansiada petición de Jennifer. Liss tenía razón, todo era excelente material, tanto que Jennifer consideró por un momento cambiar su trato y conservarlos a todos. Sin embargo, la parte de la elección iba a disfrutarla también. Los observó a grandes rasgos y confirmó que todos entraban en su descripción.

—Me decepcionas, ¿cómo pretendes que los elija en estas condiciones? —dijo ante la sorpresa de Liss, quien no parecía entender a qué se refería—. ¡Están vestidos! No podría estar segura de hacer una buena elección de esta manera.

Ella le dio la razón y les ordenó que se desnudaran; todos obedecieron sin titubear. Jennifer los examinó atentamente, todos eran tan bellos y perfectos que tuvo que ir desechándolos por nimiedades, hasta que por fin se quedó con seis elegidos: Vanessa Aime, Daniel Cifer, Viri Luna, Sally Mayer, Said Barrera y Eduardo Flores. Se les ordenó que se retiraran y Jennifer lamentó esto, pero sabía que pronto serían suyos.

—Tendremos tu habitación dentro de una hora, te ofrecería unirte a la orgía que presenciaste al llegar, pero, dados tus gustos, me parece que la sala dos te resultará más interesante. Sígueme.

Liss la llevó a lo que parecía un club fetichista (aunque de haber sido un hombre mayor de inmediato lo habría tomado como un men’s club). Música electrónica hacía retumbar las paredes y del techo prendían un par de jaulas en las que bailaban mujeres que devoraban partes de cuerpos humanos, algunas personas se acercaban a ellas y eran salpicadas de sangre. Al fondo del lugar había un escenario, por lo cual Jennifer se imaginó que en algún momento habría música en vivo o algo similar.

—Hoy tenemos un buen show, disfrútalo —dijo Liss antes de retirarse.

No transcurrieron ni diez minutos antes de que en aquel escenario aparecieran tres mujeres en corsé y faldas diminutas: una pelirroja de cabello corto, bastante alta y voluptuosa que tenía un aire salvaje; una castaña de cabello largo de baja estatura, que expelía sensualidad por cada poro; y una rubia delgada y alta que emitía cierta timidez en sus movimientos. Las tres estaban contoneándose al ritmo de Thunderkiss 65 tan eróticamente que Jennifer no pudo evitar reaccionar como todos los presentes, y se acercó al escenario a mirarlas de cerca. Un insulso hombre, visiblemente alcoholizado, tocó descaradamente el trasero de la castaña, que intercambió sonrisas con las demás bailarinas y procedió a invitar a aquel hombre a subir al escenario, mostrándole una silla en él.

El ascensor



Todo ocurrió una cálida noche de verano, de ésas en las que, aunque la temperatura es agradable e invita a dar un largo paseo bajo la luz de las farolas, da la sensación de que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para encerrarse en casa.

Eran, más o menos, las dos de la madrugada. Había pasado varias horas vagueando ante el ordenador, así que decidí que era momento de estirar los músculos haciendo algo de ejercicio, bajando a la calle para tirar la basura y fumar un cigarro, por ejemplo.

Me calcé unas zapatillas de deporte, me dirigí a la cocina, saqué la bolsa del cubo y le hice un par de nudos. Tras cerciorarme de que no olvidaba llaves, mechero ni tabaco, cerré la puerta del piso y me dirigí escaleras abajo. Habría podido elegir tomar el ascensor, pero, teniendo en cuenta que a esos cacharros les suele dar por pararse de golpe, habría sido un error quedarme encerrado dentro con la única compañía de una maloliente bolsa de basura.

Recorrí los pocos metros que separaban mi portal de los contenedores, disfrutando del ambiente de soledad que reinaba en mi calle, unido a la tenue iluminación y la invisible caricia procedente del asfalto caliente bajo mis pies. Tras meter la bolsa en uno de los cubos, volví a mi portal y, antes de entrar, encendí un cigarrillo, disfrutando de cada calada, mientras oía en la distancia el sonido de ambulancias y coches acelerando: la banda sonora que suena de fondo cada noche en la gran ciudad que es Madrid.

Mientras daba buena cuenta de mi cigarro, eché un ojo al gran edificio de viviendas que esperaba mi regreso: Un bloque levantado a finales de los años sesenta, con paredes de ladrillo rojizo, seis alturas y una planta de garaje bajo sus cimientos, similar a los cientos de edificios que, en aquella época, el Ministerio de Vivienda construyó en toda España. Junto al portal, aún se conservaba la placa que daba fe de ello.

Mis padres fueron los primeros dueños de la casa. Tras el paso de los años, su afán ahorrador les permitió hacerse con un chalet en las afueras, por lo que yo, siendo hijo único, tuve la suerte de pasar a ser el dueño (y único habitante), de la vivienda.

Cuando acabé el cigarrillo, tiré la colilla al suelo y entré en el portal. Por un momento, pensé en subir andando hasta el quinto piso, donde vivo, pero la vagancia pudo más, así que llamé al ascensor. Cuando éste llegó a la planta baja, entré en el habitáculo.

Una de las curiosidades que tenía aquel edificio era dicho ascensor. No todos los bloques de viviendas de la época contaban con uno, y se consideraba una mezcla de lujo y suerte el poder llegar a casa en uno de estos chismes cuando se levantó el edificio. Esto hacía que la estructura fuese algo vieja: sus paredes, sus espejos y su cuadro de botones tenían más de cincuenta años. Lo que más me llamaba la atención de este último detalle era el correspondiente al garaje. Había un botón para cada piso, excepto para el sótano, en cuyo lugar había una cerradura. Todos los vecinos teníamos copia de la llave. El motivo era, según los constructores, evitar que el cálido garaje se llenase de mendigos por las noches.

Miré aquella cerradura con curiosidad. Aquella vieja cerradura. Entonces, una idea se me pasó por la cabeza. En lugar de pulsar el botón del quinto piso, eché mano al manojo de llaves que había en mi bolsillo e introduje la llave correspondiente. Para acceder al sótano, había que girar la llave hacia la izquierda, pero, ¿qué ocurriría si la giraba hacia la derecha?

Hice la prueba. Nada. La cerradura hacía tope, como era de esperar. Cabezota de mí, volví a intentarlo, girando con más fuerza. Con mucha más fuerza.

En ese momento, de forma inesperada, la cerradura cedió, poniendo el ascensor en marcha. Sorprendido ante aquello, fijé los ojos en el indicador luminoso. Mientras el ascensor descendía, aquél paso de mostrar un 0 a mostrar un -1. Pero, llegado a este piso, el ascensor no se detuvo.

Durante casi un minuto, el trasto continuó bajando, traqueteando y rugiendo como de costumbre. El indicador luminoso mostraba dos guiones intermitentes. Entonces, de repente, el ascensor se detuvo y su puerta se abrió.

Ante mis ojos se extendía un largo y estrecho pasillo, apenas más ancho que el propio ascensor. La iluminación procedente del interior de éste no bastaba para iluminar aquel pasillo, que era engullido por una tenebrosa oscuridad, y no se apreciaban escaleras que llegasen allí desde un piso superior.

-¿Hola? Mi voz retumbó por las paredes y desapareció en el oscuro espacio.

A pesar de que la situación me imponía algo de respeto, la curiosidad ante el nuevo sótano recién descubierto pudo más. Decidido a investigar aquel lugar, encendí mi mechero y abandoné la protectora luz del ascensor.

Me giré por un momento, y

Pendiente de olvidar.



Fueron raros sucesos, sucesos que mi mente no ha podido procesar, aunque, sólo quiero olvidar…

Mi nombre es Diego, estoy por entrar al segundo semestre de preparatoria. Les contaré mi situación, con la ayuda de un diario que encontré. Intenten comprender, intenten explicarlo.

Estábamos un amigo y yo, recién pasamos a preparatoria y apenas eran vacaciones de verano (antes de clases). Nos entusiasmaba la idea de entrar a una escuela con gente y profesores nuevos, todo era diferente para nosotros. Todo estuvo bien, en vacaciones nos veíamos, salíamos, jugábamos videojuegos y tocábamos música, ya que él tenía una batería y yo unas guitarras y un bajo, los cuales nos turnábamos para tocar. Fueron de esos días en los cuales no ves el tiempo pasar, sólo te diviertes… a quién no le gusta divertirse así de bien.

El tiempo se acabó, y con su fin, llegó el tiempo de estudiar. Las clases comenzaron más rápido de lo esperado, no nos dimos cuenta, pero nuestro entusiasmo hizo que no nos importara. La noche anterior al primer día de clases nos quedamos en su casa para conversar sobre lo que nos esperaba. La plática empezó conmigo.

—Oye, Alan, ¿qué crees que vaya a pasar?

—¿De qué hablas?

—Pues, entramos a esto, que es como un nivel superior en nuestra vida, creo que tienes algo en mente de lo que nos espera.

—Pues claro que tengo algo en mente.

—Dime qué es.

—No, olvídalo…

—Anda, dime.

—Es que… no quiero hablar de eso.

—¿Por qué no? Habías estado muy emocionado.

—Si, lo sé…

—Entonces, ¿qué ha cambiado?

—Fue…. fue este sueño que tuve ayer.

—¿Qué fue?

—Pues…. no te burles. Verás, yo estaba en un lugar extraño, lleno de gente, apenas se podía caminar. Después me di cuenta de que era… era una iglesia, y todos vestían formal. No conocía a nadie. De ponto, se acerca una persona, no se acerca mucho, sólo lo suficiente para hacerme saber que me estaba viendo, inmóvil, en ese sitio. El sujeto comenzó a reír, era como una risa sarcástica, y yo no entendía por qué. Me aterró demasiado ver y escuchar a esa persona, sentí todo el cuerpo entumecido, fue un terror, como si no fuese un sueño. Luego, se fue alejando, y junto con él la multitud, dejándome completamente solo…

—¿Quién era él?

—No tengo idea, sólo veía su silueta negra y unos ojos blancos mirándome.

—Y… ¿eso cambió tu forma de pensar sobre lo que nos espera?

—Es que no entiendes, no creo que sean buenas señales, eso me inquieta.

—Por favor, no creas en todo lo que ves en los sueños… o en lo que crees que significan.

—Está bien.

—Bueno, vayamos a dormir. Tenemos que levantarnos temprano en la mañana si queremos llegar a tiempo a nuestro primer día de clases.

Al día siguiente, había llegado la hora de ir a clases, pero Alan decía que se sentía mal, por lo que faltaría a las primeras horas. Pensé que quizás fue por lo de su sueño, pero no quise decirle nada y me fui a la escuela.

Cuando por fin llegó a clases, no se veía mejor, un tanto más serio de lo común, no se arregló bien… Me dio la impresión de que sólo iba por compromiso, ya había perdido el entusiasmo del todo, así que me le acerqué y pregunté:

—Oye, ¿estás bien? —Era obvio que no lo estaba.

—Sí, ¿por qué no habría de estarlo? —contestó Alan, con un tono ligeramente nervioso.

—Te ves mal, no parece que estés bien.

—Es sólo que no quiero estar aquí, hay mucha gente.

—Lo sé, es una escuela… Mira, terminando las clases te acompaño a casa, búscame en la salida, ¿de acuerdo?

—Claro, no hay problema. —Sólo que para la salida, no lo vi por ningún lado, nunca me buscó.

Al terminar unos pendientes que tuve, fui a su casa para ver qué le pasaba. Al llegar, pregunté por él, me dijeron que había salido justo después de llegar a la escuela. Supuse en dónde estaría.

Alan y yo teníamos un lugar para relajarnos, platicar un rato, perdernos del mundo. Era una bodega, que tenía tiempo sin uso y estaba algo alejada, en un lugar donde no hay mucho movimiento, sólo algunas otras bodegas alrededor. No usábamos la bodega completa, sólo un espacio, como una oficina, muy espaciosa en la cual habíamos metido unos sillones y un par de escritorios para guardar unos cuantos juegos de mesa y cuadernos de dibujo; estos últimos eran míos, me gusta mucho dibujar. Sobre uno de los escritorios había una televisión vieja, la cual conectábamos a un generador y a veces jugábamos videojuegos en ella, y en las paredes había algunos pósters de bandas musicales pegados, eran dos de Nirvana, uno de Misfits, otro de los Ramones y uno de los Beatles, que era el preferido de Alan.

Como lo imaginé, él estaba sentado en uno de los sillones que teníamos en el lugar. Estaba sentado y parecía que dormía como de costumbre cuando descansamos en ese lugar. Me acerqué a él, pero por un momento, algo me detuvo, un aire denso y la sensación de que alguien más estaba en la habitación; volteé para todos lados y no había nadie. Fue raro para mí, sentí miedo y lo sigo sintiendo al recordar esa sensación. De pronto Alan dio un salto del sillón y gritó muy asustado.

Lisa



“Ella es Lisa, es mi amiga. Mi mamá y mi papá no pueden verla, entonces dicen que es mi amiga imaginaria. Lisa es una linda amiga.

Hoy traté de plantar una flor en el patio. Traté de plantarla en la caja de arena, pero Lisa dijo que allí su papá estaba descansando, así que la planté en un vaso de lodo.

Lisa estuvo conmigo en la escuela hoy. La llevé para que la conocieran todos, pero la Srta. Monroe se enojó, porque no podía verla. Lisa se puso triste, así que escondió el borrador de la pizarra.

Ayer fue mi cumpleaños. Mami compró pizza, pero nadie vino. Lisa dijo que vinieron a la entrada y se fueron. Pero dejaron regalos. Me regalaron 3 barbies, un par de zapatos y 5 dolares. Yo y Lisa jugamos a las barbies.

Srta. Monroe no vino hoy, así que nuestra sustituta hoy se llama Srta. Digman. Ella es linda y bonita, y nos deja tener tiempo libre. Me gustaría que fuera siempre nuestra profesora.

Hoy Johnathan Parker robó mis crayones. La Srta. Digman no pudo encontrarlos, así que hizo que el me diera sus crayones. Lisa vino a la escuela tambien, pero la Srta. Digman no la puede ver. Ella dice que cree que Lisa es real.

Waking Up | Despertando


Desperté.

Está brillante aquí. Demasiado brillante. ¿Qué es este lugar? ¿Un hospital?, ¿una prisión? Tiene cuatro paredes, un catre rígido y un respiradero. ¿No hay una puerta?

Piensa… ¿Qué pasó? Algo pasó, ¿dónde estaba anoche?, ¿dónde quedé dormido? Maldición… no puedo pensar. No puedo pensar en nada. ¿Es esto alguna clase de experimento? No puedo pensar. ¡No puedo tan siquiera recordar mi maldito nombre!

Mira a tu alrededor, idiota. Paredes sólidas, encerrado en una habitación. Estoy en un psiquiátrico. ¡Eso es! ¡Soy un desquiciado! O lo era, al menos. Estoy en paz con ello ahora. ¿Estoy curado? ¿Me puedo ir?

Me levanto. Me reviso; estoy desnudo. Aunque bastante limpio, como el resto del cuarto. Todo cuanto me rodea es blanco y pulcro. Está demasiado brillante aquí.

—¿Hola?… ¿Hay alguien aquí?… ¡Necesito ayuda! —grito. No hay respuesta—. ¡Alguien, por favor, ayuda!

Camino alrededor palpando las paredes. ¿Dónde está la puerta? Tiene que haber una. ¿Qué demonios? ¡Tiene que haber una puerta!

No la hay, simples paredes. Miro bajo el catre en busca de algo, lo que fuese. Nada, tampoco.

¿Sí estoy en un psiquiátrico? Esto parece tan irreal. ¿Por qué no puedo recordar mi nombre?

—Ey, al fin te levantaste. —Escucho la voz de un hombre venir por el respiradero. Corro hacia él emocionado.

—¡Sí! ¿Qué está pasando? ¿Quién eres? —le grito entusiasmado.

—¿No recuerdas nada, cierto? —me pregunta.

—No. No recuerdo nada antes de despertarme, hace un momento.

—No te preocupes —dijo con un tono divertido en su voz—, creo que te irá bien.

¿Me irá bien?

—Por favor —ruego—, ¿qué está sucediendo?

Solo escucho silencio.

—¡Dime! —grito. Se hace eco por el respiradero, y nunca llega una respuesta.

Horas pasan.

Se me ha dejado a solas con mis pensamientos. Intento llegar a los rincones de mi mente, descubrir quién rayos soy. Esto es todo tan ajeno para mí.

Camino por las paredes sintiendo cada centímetro, buscando una salida. Tiene que haber algo. ¡No es como si este lugar se construyera a mi alrededor! ¿Por qué no puedo encontrar nada? Grito por ayuda hasta que mi garganta se seca. Si alguien está escuchando, si ese hombre sigue allí afuera, no va a responder.

Exhausto, me recuesto.

Al despertar encuentro comida. Una bandeja con pan, arroz y un filete puestos al otro extremo del cuarto. Hay un vaso con agua a un lado. Estoy muy hambriento; sin vacilar, camino para comer el platillo. Está delicioso. Cuando me lo acabo, recobro conciencia de donde estoy.

Me muevo hacia el respiradero y grito.

—¡¿Hola?!

—¡Hola! —Escucho de vuelta, en un tono alegre.

—¿Quién eres? —pregunto.

—¿Disfrutaste tu comida? —me da de respuesta.

—¡¿Dónde estoy?! ¡Déjame salir!

La curiosa

Advertencia:

El siguiente relato contiene el testimonio de una paciente que aparentemente sufrió de una posesión demoníaca. El autor advierte que el continuar leyendo puede producir un contacto no deseado con fuerzas desconocidas. Sugiere que, quienes que lean, reciten la oración de protección que se encuentra en la última página del expediente.



—¡Tonterías! —exclamó Micaela, estudiante de último año de psiquiatría, y quitó la pequeña nota escrita a mano que se encontraba pegada en la tapa de la carpeta que sostenía en sus manos—. Si no creo en Dios, mucho menos en el Diablo.

Dio una rápida mirada a su alrededor antes de continuar leyendo; estaba sola, todo a su alrededor no era más que silencio, un silencio apremiante que parecía oprimir a todo el que se atreviera a entrar en aquel débilmente iluminado sótano del instituto para enfermos mentales. Cajas llenas con expedientes e historiales clínicos de pacientes del manicomio se podían ver apiladas de forma ordenada en estantes alrededor de las paredes. Sobre un pequeño escritorio, casi sepultado por una montaña de papeles, la futura doctora acababa de encontrar finalmente —y después de mucho buscar— un caso que le serviría para su tesis de grado y que había logrado despertar su curiosidad.

Paciente: Rebeca Weissbrich.

Edad: 16 años.

Familiares:

Gerald Weissbrich, padre. Actualmente en prisión por cargos de violación, incesto y asesinato.

Anna Blomeier, madre. Fallecida. Murió al dar a luz a la menor de sus hijas.

Marianne Weissbrich, hermana. Asesinada. Fue encontrada muerta, desangrada en la cajuela del auto de su padre.

Diagnóstico: Trastorno de personalidad múltiple, esquizofrenia, epilepsia, síndromes neurológicos tangibles. Poseída por el demonio.

Doctor: Christian M. Goldbeck.

Observaciones: Duerme en el suelo, come arañas, moscas, tierra y bebe su propia orina. Grita en su habitación por horas hasta que escupe sangre, rompe crucifijos, cuadros de Jesús, se rasga la ropa…

A continuación una transcripción de la última entrevista realizada a la paciente por el doctor Goldbeck. Al día siguiente esta se suicidó ahorcándose con las sábanas de su cama.

—¡Vaya! Este parece ser un caso interesante —se dijo al observar las aclaraciones escritas a mano y continuó leyendo el informe.

—Todo comenzó cuando mi hermanita menor me confesó un terrible secreto: «Creo que mi habitación está embrujada», me dijo. «Por las noches siento que me visita una presencia maligna, me observa mientras duermo, me domina, y me lastima». Si me hubieran preguntado en ese entonces si creía que algo así pudiera pasar… No, ni en un millón de años.

—¿Eso quiere decir que ahora crees en fantasmas, Rebeca?

—Oh no, no era un fantasma, doctor. Estaba consciente de que era algo mucho peor, algo diabólico. Todo fue empeorando, las cosas con mi hermana se pusieron muy feas.

Te advierto, no deberías continuar leyendo esto.

—Dime, ¿qué pasó con ella?

—Días antes de su muerte, Marianne murmuraba por toda la casa que «los demonios la seguían». Esto hacia que hasta mi padre la evitara; todos se alejaban de ella, excepto yo. Siempre me gritaba que la dejara sola, pero nunca lo hice, era mi hermanita pequeña, y además…

—¿Sí?

—Yo… no le creía.

—Te comprendo Rebeca —murmuró Micaela en voz baja y rápidamente dio la vuelta a la hoja, movida por las ansias de saber qué pasaría a continuación. Obvió por segunda vez la inquietante advertencia escrita a mano.

—Nunca había visto algo así. Después de un tiempo, Marianne me dijo que sentía que había sido poseída por el Diablo. Los crucifijos en su cuarto se volteaban hacia abajo misteriosamente y las ventanas se rompían como si alguien las hubiera estado aporreando; luego comenzó a tener violentas sacudidas que estremecían todo su cuerpo, además de posturas corporales humanamente imposibles. Mi padre se negaba a llevarla a la clínica, pero cuando empezó a vomitar y a dejar de comer, finalmente lo hizo. Le diagnosticaron epilepsia y nos dieron una noticia perturbadora…

El Maestro

Belinda Ramos es filmada por el asesino

Deslizaba su mano por el brazo desnudo de su próximo «trofeo». Notaba como tenía el vello endurecido, erizado de puro terror. No podía huir, ni tampoco gritar; nadie la escucharía. Se había encargado de ello. Le excitaba contemplar y sentir el miedo que imbuía sobre sus víctimas.

Era una sensación emocionante y le proporcionaba una enorme satisfacción cuando se exploraba a sí mismo y descubría nuevos métodos de ejecución, cada cual más ingeniosos y retorcidos. Su víctima, una joven de tez pálida y cabello de color pajizo, le observaba aterrada con aquellos ojos azules de color intenso. Examinaba su rostro delicado; su suave piel le parecía que brillaba con la sangre que por sobre su brazo izquierdo resbalaba.

Era una sala iluminada por varios reflectores apoyados en un soporte vertical de color negro; su luz se proyectaba en derredor de una mesa ovalada de madera. Varias cámaras, colocadas en distintos ángulos, filmaban la escena.

—Nadie puede saber el daño que ocasionará con sus actos —dijo con voz pausada y grave, sacada de ultratumba. Tenía un distorsionador de voz. Se autodenominaba “El Maestro”.

»Excepto yo —entonó con énfasis—. Conozco el cerebro humano —dijo, dirigiéndose hacia ella. Estaba a su lado, acariciándole son suavidad la mejilla y retirándole de la cara unos mechones de pelo rubio manchados de sangre. Un guante de esparto resquebrajaba su piel—. Sí, es cierto. Usted pensará que soy un asesino sin escrúpulos. ¡Pero no! ¡No! ¡Se equivoca, preciosa! Digamos que soy… un justiciero. O un maestro que solo intenta educar al alumnado que suspende los exámenes. Sí, podría llamarme así. ¿Mi labor? Oh, me temo que no servirá que se la diga. ¿Sabe? No quiero hacerle sufrir más. Voy a terminar con su funesta vida. Será rápido. En el fondo, la comprendo. Entiendo sus actos de rebeldía, sus preocupaciones, sus ambiciones, sus deseos lascivos con aquel jovencito... Tus padres siempre pensaron que detrás de esa fachada puritana que intentabas hacer creer a todos, se escondía una coima, o como decís los jóvenes: una zorra.

—¡Vete a la mierda, hijo de puta! —le escupió. Una ráfaga de saliva salió disparada hacia su mejilla, pegándose en ella.

Se rió durante unos instantes, agachando la cabeza. Cubría su rostro con una máscara. Era aterradora, escalofriante. Esbozaba una sonrisa amplia, revelando unas fauces putrefactas, donde los dientes estaban rotos y torcidos; la tez era grisácea, siendo acentuada por la luz de los focos, simulando dos pequeñas cicatrices en las sienes, y una que cruzaba en diagonal el párpado izquierdo; unas sombras negras rodeaban ambas. Sus ojos carecían de vida, dejando al descubierto un abismo sin fondo, donde los demonios que se ocultan en el interior de los humanos permanecían aislados, contemplando aquellos osados que se atrevían a caminar por el filo del destino; los deseos más atroces eran presenciados por ellas. Una larga cabellera medio ondulada, tan negra como la tinta, se alzaba tras su máscara abierta.

La respiración de la joven se agitaba a ritmo constante, como una locomotora. Era renuente a arrojar el último hálito de su vida, mas era consciente de que su final se acercaba, esta vez, a ritmo vertiginoso. La incertidumbre por la forma en la que moriría se mantenía desde que despertó, desorientada, en aquella habitación rodeada de focos. En el preludio del fatídico desenlace de su historia, la cual todavía tenía numerosos capítulos que escribir. Entre esas páginas en blanco se encontraba el remordimiento que sentía por haber discutido con su familia unas horas, días o incluso semanas antes. Desconocía el tiempo que llevaría sumida en ese infierno, pero su mente todavía recordaba como respondió con exabruptos a las condiciones impuestas por sus padres antes de salir de casa aquella noche. La última noche. Desatendió los consejos, demostrando la rebeldía que la conduciría hacia su muerte.

El hombre alzó nuevamente su cabeza y se dirigió a las cámaras.

—¡Ustedes son testigos! Testigos de que le he dado una oportunidad a esta idiota de morir honradamente. Iba a ser condescendiente con ella, sí; iba a ahorrar el sufrimiento de una muerte lenta y agonizante. ¡Pero no! —dijo, alzando el dedo e irguiendo su postura—, prefirió faltarme el respeto. Y tendrá la muerte que se merece.
Se acercó a una mesa de mayo que se encontraba aislada, en la oscuridad. Agarró un tarro de cristal y regresó hacia la joven.

—Veo que estas pequeñas no son de tu agrado, ¿cierto?