Helen y yo


Soy una niña de 9 años, soy muy feliz. Tengo una gran amiga llamada Helen, ella siempre me da buenos consejos y me acompaña a cada escuela a la que me cambian, ya que me cambian muy seguido, aunque aún no entiendo por qué.

Helen es muy parecida a mi y diferente a la vez, mientras yo tengo la piel medio tostada ella es muy pálida, yo tengo el pelo negro, ella lo tiene rubio bien claro, mi color favorito es el azul y el de ella el rojo, etc.

Mi mamá y yo vivimos solas, ella (mi mamá) nunca sonríe mucho, en especial cuando me cambia de escuela, no sé por qué.

Helen casi siempre está en mi casa, y hasta se queda a dormir muchas veces, pero no se habla mucho con mi mamá, es decir, se saludan bien, mi mamá un poco con expresión extrañada, pero se saludan normal, pero mi madre nunca le dice algo como “¿Qué tal estás?” o algo por el estilo.

Cuando estamos en la escuela se me hace muy difícil adaptarme, al igual que a mi amada amiga, es más, Helen está rodeada de indiferencia por parte de los demás, mis compañeros la ignoran, ni la miran, eso pasa en todas las escuelas a las que vamos, y por eso soy su única amiga.

-Helen, ¿qué querés hacer?- Le pregunto en el recreo a mi querida amiga.

-Mmm…no lo sé…pero…- Deja de hablar y voltea. Luego de unos segundos de mirar hacia atrás, Helen vuelve a voltear y continúa hablándome- Esa niña te está mirando raro, quizá quiere ser nuestra amiga y le da vergüenza preguntar, – Helen siempre da buenos consejos y tiene buenos planes, y está vez me comentó un plan, algo que quizá hará que tengamos amigos, algo…algo que nunca intentamos y que según ella sería divertido, en especial por que involucra su color favorito.

M. de miedo M. de muerte


¿Alguna vez has sentido miedo? Apuesto a que sí.

Esa sensación de pánico, inquietud que hace que te tiemblen las rodillas y se te ericen los pelos de la nuca. Esa sensación de que te están observando frente a un espejo, en tu armario, o tan solo, detrás de ti. Esa sensación que te obliga a gritar y a correr como si no hubiera un mañana, y tal vez no lo haya.
Yo también lo sentí, solo una vez.

Una noche cualquiera, yo estaba escribiendo en la computadora. Estaba determinada a ser una gran escritora algún día. Luego, cerré el Word. Tenía que dormir. Pero, antes de apagar la computadora, abrí el Google y entre a (.....). Y es que simplemente adoro las historias de terror y las leyendas urbanas.

Entonces, encontré un creepypasta que hablaba de cierta casa abandonada. Estaba cerca de mi barrio. Y según la manera en que estaba narrada la historia, parecía algo falsa. Siempre mi sueño ha sido visitar una casa abandonasa, vivir una aventura.

Así que al día siguiente hablé con mis amigas.

-No, yo ni loca. Olvídate- dijo una.

-A mi me parece bien. Me fascina la idea- dijo una de mis mejores amigas, Violeta.

-A mí también. Me da curiosidad.- dijo Carla, otra gran amiga.

Luego, un compañero se acercó. Su nombre era Francisco.

-¿De qué están hablando?

-… (no diré mi nombre por razones que explicaré luego) dice que conoce una casa abandonada a la que ir a investigar- dijo Violeta.

-Genial, yo también me apunto.

-¿En serio? ¡Super!- dije sonriendo-. ¿Qué tal hoy a la medianoche?- ellos asintieron-. Bien. Traigan linternas y cámaras. Nos vemos en la puerta de mi casa.

Salí de mi casa vestida con jeans, zapatillas y una sudadera con un bolsillo en el que guardaba mi linterna y mi cámara. Afuera, me encontré con Violeta, Carla y Francisco y partimos en nuestras bicicletas hacia la casa.

Luego de un rato, llegamos y entramos. El olor era putrefacto y el suelo y las paredes, polvorientas. Prendimos nuestras linternas, mientras yo grababa con la cámara y Francisco sacaba fotos con la suya. Nos encontramos frente a una enorme escalera. Todos empezamos a subir y yo fui la última. De repente, sentí una respiración fría en mi nuca y los pelos se me erizaron. Volteé y no había nadie, pero juro que pasó.
Pasamos al segundo piso, donde habían varios puertas. Francisco intentó abrir una, pero estaba atascada.
-Chicas, ¿me ayudan?

Yo lo ayudé y empujé la puerta mientras él giraba la manija, pero siguió sin abrirse. Violeta y Carla ayudaron, pero aún así, la puerta no se movió un milímetro.

-Mierda- murmuró Francisco-. Está más atascada que el trasero de mi abuela cuando se pone los pantalones.

La tres tuvimos que reprimir una carcajada. Francisco era el payaso del salón y un genio para el sarcasmo y las bromas.

Entonces, nuestras linternas se movieron hacía el pasillo. Por una fracción de segundo, vimos a alguien vestido de blanco. Todos retrocedimos hacia atrás y Violeta y Carla ahogaron un grito.

-¿Qué demonios fue eso?- preguntó Violeta.

-Tengo miedo- murmuró Carla.

-Chicas, no digan eso. Es lo último que podrías decirle a un fantasma.

Ellas se estremecieron. Yo seguí avanzando.

-¿Acaso no tienes miedo?- preguntó Francisco.

-No les tengo miedo a las fantasmas.

Pero eso no sería verdad por mucho tiempo.

Cuando por fin pudimos abrir la puerta de una habitación, vimos una habitación infantil en la que, en un costado de la habitación, un oso de peluche colgaba de una cuerda unida al techo, como una ejecución. Los demás se estremecieron, pero yo pensé : “Es solo un peluche”. Me acerqué al oso y lo tomé en mis manos. Sentí algo húmedo y, ante mis propios ojos, el oso comenzó a sangrar. Lo dejé caer al suelo, pero más por repugnancia que por miedo. Se me ocurrió algo. Miré a mi al rededor y dije:

-Si hay alguien más aquí aparte de nosotros, danos una señal.

Eso lo leí en el creepypasta.

Mis amigas se estremecieron mientras las paredes comenzaban a golpear.

Sonreí, como si fuera el mayor logro de toda al historia y no un supuesto riesgo de muerte.

-Quiero salir de aquí- dijo Carla mientras echaba a correr.

-Carla, ¡espera!- dijo Violeta.

-¡Carla!- dije con cierto fastidio.

Luego, escuché un sonido de choque en el piso de abajo y salí de la habitación. Francisco y Violeta tenían los ojos abiertos como platos. Me asomé por la escalera y vi el cuerpo sangrante de Carla estrellado contra el suelo. Mi mejor amiga… muerta. Mis ojos se humedecieron, a la vez que Violeta echaba a llorar. Francisco trataba de tranquilizarla, pero sus palabras eran un tanto hirientes:

-Tranquila, Violeta. No tenemos tiempo para esto. Debemos salir de aquí.

El Viejo Arbol


En el patio trasero de la casa había un gran árbol. Viejo, seco, ruinoso, que llevaba allí desde hacía muchos años. Era blanco, como el hueso, y sus grietas eran negras, como si se hubiera quemado desde adentro. Casi llegaba a la altura de la casa y su sombra era ominosa. No tenía hojas; en vez de eso, largas cuerdas iban de rama en rama, confeccionando una extraña decoración que, de alguna forma, se hacía amenazadora.
Porque el Viejo Árbol daba respeto: se alzaba sobre un pequeño terreno lleno de hierba seca, en el patio de una antigua casa abandonada hace muchos años, perdida en medio del campo, a kilómetros y kilómetros de la ciudad más cercana. Casi todos los días soplaba viento, y absolutamente todos los días la zona entera permanecía inmóvil.

Las ramas no se movían, la cuerda no se movía y la hierba ya no danzaba con el viento. Como mucho se podía oír de vez en cuando los gemidos de las viejas vigas de madera de la casa.

Solo una valla de metro y medio separaba el patio del exterior, y, aún teniendo claramente décadas de antigüedad, permanecía intacta. La pintura se había caído, sí, y la madera estaba astillada, pero aguantaba. Fue hecha para durar.

Era irónico, porque a la casa la acabaron bautizando como “La Casa del Árbol”, a pesar de haber tenido otro nombre, ya perdido. Parece ser que aquella maravilla de la naturaleza acabó cobrando más importancia que el lugar en donde se encontraba. Parece ser, que el árbol era la figura central… ¿de qué?

Bueno, como todos los lugares antiguos, este lugar tiene sus leyendas y habladurías. El árbol… empezó a llamar la atención de ciertas minorías muy extrañas, que visitaban a los dueños y les pedían permiso para pasar al jardín a contemplar el Viejo Árbol. Al principio el propietario no se molestó demasiado, y permitió aquel curioso turismo. Pero la cantidad de gente que venía de visita aumentó más y más, no significativamente, pero sí lo suficiente como para crear una sensación de incomodidad y asfixia en el propietario, quien acabó por prohibir las visitas. Aun así, su paz no duró mucho.

Estas visitas siguieron dándose, pero por la noche, cuando el propietario dormía y no advertía a los intrusos que hacían misteriosas reuniones al pie del árbol. Precisamente, fue una de estas mismas reuniones la que le hizo darse cuenta de lo que ocurría en su jardín, al desatarse un incendio en él. Un incendio que arrasó todo el césped y las hojas del árbol, pero nada más, por suerte para él.