AL FINAL DE LA CALLE



Sara era una mujer de rituales, rituales para dormir, rituales para comer, rituales para fumar, rituales para escribir, rituales para follar...

Antes de encender el portátil y comenzar a escribir sus dos horas rutinarias y nocturnas, cogía un cigarrillo rubio y lo hacia girar sobre sus dedos hasta 12 veces. Llevaba 2 semanas estancada con un cuento que se llamaba “Al Final de la Calle”, 5 minutos antes de que terminaran las 2 horas reglamentarias llevaba escrito esto:

“Laura llevaba 2 meses estancada con el cuento, no recordaba por qué había comenzado a escribirlo, cuál había sido su inspiración, o por qué de manera insidiosa y vírica había comenzado a infectar cada rincón de su cerebro haciendo que se obsesionara con él”

Sara suspiró de frustración, entendía perfectamente a Laura, ¿o era al revés?. La cabeza le daba vueltas, se encendió el cigarro rutinario al terminar sus dos horas de escritura y luego se abrió una cerveza, algo que no entraba dentro de sus rutinas nocturnas, pero sentía en las tripas que necesitaba una. Hacía un bochorno insoportable, abrió la  ventana y bajó la persiana lo justo para dejar una rendija por la que corriera el aire. Se quitó la ropa, todo menos las bragas, y se dejó caer a peso muerto sobre la cama. Le costó dormirse por el calor, pero finalmente lo logró.

La pesadilla sobrevino de repente a traición como suelen hacerlo, no había monstruos, ni muertes, incluso podría decirse que era de bajo presupuesto, pero el terror retumbaba en su pecho y frente, y el agobio y la tensión eran insufribles. Se vio a sí misma en su propia calle, una calle que no tiene salida por uno de sus lados, terminando de manera abrupta en un muro de piedra de hacía 50 años, una época en que la gente de manera ingenua creía que en el año 2000 viviríamos en Marte teniendo hijos marcianitos y bodas marcianitas. A la derecha del muro, como en el de la vida real, Sara vio la puerta de metal oxidado que daba a un solar cubierto de musgo, repleto de somieres mugrientos y  cristales rotos. Abrió la puerta, aunque no tenía consciencia de que fuera ella quien lo hiciera. Al entrar en el solar, no pudo contenerse, sintió el tibio y resbaladizo abrazo de la orina al deslizarse por sus muslos desnudos al ver una mujer con la falda subida, las rodillas destrozadas, la cara ladeada como inconsciente...aunque no, Sara sabía de alguna manera que aquella mujer estaba muerta y sobre ella una hombre la violaba, o terminaba de violarla. El hombre pareció que veía a Sara  pero no se detuvo. Sara se desvaneció de la  extenuación, rezando, aunque no creía en nada salvo en sus rituales, para que se despertara y no saltara como en otras ocasiones a otra pesadilla. Pero al despertar seguía en la pesadilla, el mismo solar aunque en él solo estaba ella. Amanecía, el frío de la mañana le subía por las piernas, y respigaba su tripa. No, no era otra pesadilla, era el solar, era el final de su calle, y el miedo dio paso al rubor y la vergüenza. Miró por la puerta que daba a la calle, y vio que estaba desierta, recordó que era domingo, nadie madrugaría y menos tan temprano, corrió acera arriba sin pensar en si alguien la habría visto. Sobre la planta de sus doloridos pies sintió cada gota, humedad, oquedad, colilla y chicle solidificado. El portal estaba abierto y también la puerta de su casa. Desde que era una cría no había tenido ningún terror nocturno que le hiciera caminar sonámbula, y menos por la calle. Sara optó por la opción mas típicamente humana de todas, ocultar y enterrar. Llenó la bañera de agua caliente y se hizo un chocolate. Se hundió hasta la nariz, la temperatura ya era alta de por sí, pero con el calor del agua, la piel de Sara se cubrió de sudor, y el sueño llegó como un ensalmo, pero se pasó una mano por la cara, apuró el chocolate, y salió del agua, se secó por encima y fue directa al portátil.

Sé que estás despierto


El chico sabe que si da la más mínima señal de que está despierto, estará perdido. Sabe que si eso se da cuenta de que él lo ha oído todo, morirá. El muchacho está tenso, arropado con su manta hasta la cabeza, exhalando aire caliente y húmedo que se acumula en el espacio que ha creado la sábana. Necesita aire fresco, pero el más leve movimiento lo delataría. Su padre y su madre lo miran fijamente, sin parpadear.

Horas antes, el muchacho apenas se había acostado. Había sido un día bastante largo: tres exámenes en tres horas, pruebas en gimnasia y, además, entrenamiento de fútbol. Todo eso lo había dejado molido. Al otro lado de la pared, sus padres veían un reality show bastante cutre. Después de mentalizarse, se durmió.

Un ruido leve lo desveló a media noche; estaba confuso y desorientado. Seguía escuchando el ruido, el cual parecía provenir del salón. Poco a poca abrió la puerta y caminó a través del oscuro pasadizo que llevaba al centro de la casa. El ruido se hacía cada vez más intenso y desagradable, similar al de los huesos al romperse. Lentamente, asomó la cabeza por la esquina. Horrorizado, descubrió el epicentro del ruido. Una masa de unos dos metros estaba de pie, inmóvil. En su mano se encontraba el cuerpo sin vida de su padre. Tenía el pecho perforado y las extremidades destrozadas. A sus pies, estaba el cadáver de su madre partida por la mitad. El muchacho sintió la necesidad de gritar, pero sabía que si lo hacía no iba a contarlo. Intentando no hacer mucho ruido, el chico volvió a la habitación y se acostó de nuevo. 

«Es todo un mal sueño», se decía a sí mismo. «Mañana todo volverá a la normalidad».

Aterrorizado, escuchó las fuertes pisadas del monstruo que acababa de asesinar a sus padres. Actuando por instinto, se tapó con la sábana y se hizo el dormido. Escuchaba cómo, poco a poco, esa cosa se acercaba. La tenue luz que ofrecía la luna le permitió ver lo que la figura hacía. Aquella cosa se quedó quieta al lado del mueble. Respiraba profunda y roncamente mientras miraba hacia la cama. El chico, haciendo un esfuerzo inhumano, contuvo sus ganas de gritar y de correr.

La sombra del Niño [Juego]


Alguna vez has deseado algo con todas tus fuerzas? Algo por lo que te atreverías a poner tu vida en riesgo? Si es asi estas en el sitio indicado.

Para jugar a La Sombra del Niño necesitarás una pelota, papel, lápiz y un teléfono.

Cuando el sol esté poniéndose tendrás que acercarte al parque mas cercano que encuentres y una vez allí deja el balón encima del tobogán. Deberás esperar mínimo hasta medianoche, así que asegurate de haber comido algo e ir descansado.

Una vez llegue la medianoche deberás evitar mirar en la dirección donde está el balón o él no aparecerá. Deberás fijar la vista en la parte del final del tobogán hasta que veas que el balón rueda hasta bajar por el tobogán. Sabrás que no ha sido el viento porque oirás que él se ríe.

En ese momento tendrás taparte los ojos y contar hasta que él vuelva a reir. Si has contado hasta cien y aún no lo escuchas vete, él no quiere jugar hoy. Normalmente a los diez segundos oirás la risa. Abre los ojos. Aparecerás delante de la entrada del parque, y delante de ti habrá un bosque que no estaba antes, no te asustes y sigue adelante.

Al rato de caminar deberás haberte encontrado balones por el camino. Ignoralos hasta que no encuentres el tuyo. Cuando estés seguro de que el balón que hay en el suelo es tuyo, cógelo. Debajo tendrá un número que deberás apuntar en tu papel. Si en algún momento de la prueba oyes un llanto, corre hacia la salida. Le has hecho llorar y si te encuentra no tendrá piedad contigo. Si consigues reunir tantos números como los que contaste al principio del juego felicidades, has avanzado una gran parte. Ahora viene lo difícil.

La Puerta Negra

Todos los días, Daniel llegaba a la misma hora a casa, a la misma hora encendía el televisor, y a la misma hora metía su cuerpo sudado y dolorido bajo el agua. Lo único que rompía su rutina desde hacía 3 semanas, eran sus nuevos vecinos, los cuales se habían mudado al apartamento de enfrente. Eran los vecinos perfectos, nunca hacían ruido, y lo mejor de todo, no lo molestaban para nada. El segundo sábado de su tercera semana de compartir rellano, un ruido como de arrastrar muebles hizo que se acercara a la mirilla. No era hombre que se inmiscuyera en los asuntos de los vecinos, pero el que fuera la primera vez en tres semanas que dieran señales de vida, fue suficiente para despertar su interés y querer conocer el aspecto de sus misteriosos vecinos. Al acercarse a la mirilla le sorprendió (en el peor sentido de la palabra) lo que vio. La puerta de sus vecinos antes blanca, ahora lucía completamente negra. Daniel se preguntó en qué momento la habrían pintado, porque cuando él llegó seguía igual que siempre, o quizás era que sencillamente no se había fijado. Pero lo que definitivamente hizo que sus ojos se agrandaran y no despegara su ganchuda nariz de la puerta, fue ver cómo llegaban dos personas, picaban a la puerta negra, esta se abría, y entraban sin emitir saludo o ruido alguno. Daniel era un tipo pragmático, de mente simple, y poco tendente a los devaneos místico/intelectuales, y mucho menos a los cotilleos de rellano, pero igualmente no podría quitarse en lo que quedaba de noche aquella imagen, pues aquellas personas, no es que fueran de negro vestidas, ni que su piel fuera morena,  simplemente no reflejaban ninguna clase de luz, era como si la luz no incidiera en sus cuerpos, y por si eso no fuera poco, del interior del apartamento vecino, todo era oscuridad salvo por una leve luz blanca e intermitente que llegaba de algún rincón indeterminado.

Al día siguiente la misma escena se repitió, otra pareja y la misma luz intermitente. Daniel, estaba contra todo pronóstico genético, asustado, pues se acababa de chocar de cara contra algo completamente anómalo e ilógico. No le hacía ninguna gracia compartir escalera con una puerta negra por la que entraba gente que luego no parecía salir. Daniel se preguntaba si el anciano casero sabía que sus inquilinos habían cambiado la puerta de color, pero en seguida barrió esos pensamientos de su cabeza, ya que al día siguiente tenía que madrugar, y la rutina seguiría su curso sin que nada se alterase. Pero la rutina nocturna también continuó, y el nerviosismo en Daniel también siguió un proceso de crecida exponencial según avanzaban los días.

El cuarto sábado se propuso salir y picar a sus vecinos, pero justo cuando iba a salir, y vio entrar de nuevo a otra pareja se detuvo en seco. Suspiró y volvió junto con la televisión y el sofá.

La noche transcurrió sin ningún contratiempo entre ronquido y ronquido, hasta que su corazón dio un vuelco. Alguien llamaba a la puerta, pero no con el timbre, sino golpeando a la puerta, pero lo que hizo que las manos se le helaran no fue tanto la llamada como el ruido, pues a parte de ser arrítmico parecía como si multitud de manos cerradas aporrearan la puerta de la calle. Se colocó la bata sin abrochar, se calzó las zapatillas, tragó saliva, hinchó el pecho y abrió la puerta sin mirar por la mirilla. Barrió lentamente con la mirada la escalera mientras se atragantaba con su propia saliva, y vio para aumento de su sudor frío, que el rellano estaba vacío. La puerta de sus vecinos estaba abierta con aquella luz blanca intermitente y débil.

Rojo cual rubí


Yo vivía al sur de California junto con mi adorada esposa Martha, 2 años menor que yo. Martha y yo nos conocimos en un viaje que tuve a Asia y desde ese momento quede hechizado por su belleza. Tenía unos preciosos ojos azules, una sonrisa tan blanca cual esmeraldas reluciendo, una piel clara y suave al contacto, era la mujer perfecta. 

Cumplíamos 3 años de noviazgo cuando decidimos juntarnos en matrimonio. Durante la celebración uno de los invitados le obsequio a Martha un collar de oro con un llamativo y grande rubí en forma de corazón, ella se vio muy asombrada por lo cual se lo puso de inmediato para lucirlo con su gran vestido blanco, pero… unos momentos después ella se dispuso a preguntarme de quien se trataba ese invitado ya que resultaba desconocido para ella. Lo describió como un hombre con facciones toscas, muy alto , con un traje de vestir y sombrero lo cual sonaba totalmente desconocido para mí , pues yo no conocía ni creía tener a un familiar o amigo con las características descritas anteriormente , por lo cual le pedí que me mostrara el lugar donde se encontraba ese extraño hombre pero extrañamente cuando nos dirigimos al lugar señalado por ella este había desaparecido en su totalidad lo cual nos causó una sensación de inseguridad a Martha y a mí , de igual forma continuamos con la celebración de todos modos hasta llegar a su término. Tiempo después los dos juntamos nuestros ahorros para así poder tener un hogar propio donde pudiéramos cumplir nuestros sueños de tener hijos y así ser una familia perfecta , pero … una sensación … una sensación de enojo y rabia se empezó a apoderar de mi unos meses después , no sabía de donde se originó exactamente , lo único que sabía era que no podía dejar de pensar en ese collar con ese gran rubí que colgaba de su cuello día a día , era como si esa pieza me hipnotizara cada vez que la veía y sentía un gran deseo a la vez de una furia desenfrenada por Martha Con forme paso el tiempo mi actitud fue cambiando con ella siendo cada vez más cortante y agresivo con ella , no lo entendía , yo la amaba demasiado para poder hacerle eso pero este pensamiento cambiaba al momento de estar cerca de ella. No encontraba una explicación cuerda que pudiera decirme porque me pasaba esto. Un día saliendo del trabajo acompañe a un amigo por unas copas pensando que esta sería una buena solución para poder omitir los pensamientos de Martha por un rato.

Estuvimos charlando un rato por lo que tome valor para contarle lo que estaba pasando , le platique como es que nuestra relación había cambiado tan drásticamente y como la trataba ahora , además de mencionarle la enfermiza adicción que había surgido en mi por ese rubí. Cesar (nombre de mi amigo) me menciono que quizás podría tener una relación el rubí con la actitud que fui tomando con Martha , que podría tener un hechizo o algo parecido, lo interrumpí diciéndole que esas eran ideas descabelladas , tome mis cosas y me fui argumentando que estaba cansado. Cesar se paró de su asiento y me grito a lo lejos

-¡Yo vi a ese hombre que se lo dio a Martha! Me detuve a escuchar esas últimas palabras, fruncí el ceño y me fui. Estaba caminando en la calle, eran la 1:30 de la mañana y debo admitir que estaba un poco ebrio pero podría jurar que lo que vi fue real Justo en la esquina de una calle se encontraba parado un hombre de aproximadamente un metro noventa, con un traje de vestir negro y un sombrero del mismo color, no podía verle la cara muy bien debido a la oscuridad de la noche, pero si pude ver claramente como este hacia una mueca de sonrisa en su rostro… una sonrisa macabra y llena de maldad que se dirigía hacia mí.