(PARTE 1: http://terrorpsicologico1.blogspot.mx/2014/03/maddie-una-muneca-encantadora-parte-1.html )
El descubrimiento hizo sumergir a Axel en un
océano infinito de ira y dolor. Caminó casi corriendo hacia la habitación donde
ella estaba, al mismo tiempo que Edith quedaba sola en la hamaca, sin Maddie.
Axel se asomó con precisión en la puerta, vio que su esposa buscaba algo casi sin descanso mientras daba una barrida descuidada en el cuarto.
_ ¿Buscas esto? –Preguntó levantando el brazo con el sobre en la mano
Ella vio el sobre y sintió un ligero palpitar, no sabía si sentirse feliz por el hecho de que no estaba enloqueciendo, o mal por haber descubierto que se habían mudado a la casa indicada.
_ Sí –contestó con firmeza, eso es lo que busco. Supongo que ya lo has leído.
A Axel le sorprendió la naturalidad y la falta de vergüenza de su mujer, hasta le era difícil diferenciar a esa desconocida con la que había conocido y había jurado amor eterno.
_ Supones bien –le contestó. ¿Hasta cuándo pensabas ocultármelo? –dijo expresando rabia en su rostro
Ella no respondió, aunque era una situación extraña que se debía conversar seriamente, no era un tema con el que podría entablar una conversación con un esposo infiel. Su orgullo pesaba aún más que todo eso. Sin embargo, una parte de ella estaba comenzando a insistir en dejar todo atrás, por lo menos de forma temporal y comenzar a preocuparse por lo que de verdad importaba: los sucesos paranormales que habían sucedido en la casa desde la llegada y las horrorosas apariciones de la muñeca de Amadine; podría odiarse después, pero primero estaba el bienestar de su hija y eso era algo que le incumbía a los dos, más allá del error y la falta de respeto de Axel hacia la familia. Le tardó considerarlo medio segundo y entonces, se dispuso a hablar.
_ Está bien. Disculpa por no habértelo dicho...
_ ¿¡Disculpa!? –Interrumpió enloquecido ¿Cómo quieres que te disculpe por una cosa de ésta? Admito que yo me he equivocado en traer una mujer a la casa, pero no se compara con lo que planeas hacer tú. No puedo creer cómo nos has traicionado –sus ojos despidieron dos líneas de lágrimas que cayeron por sus mejillas, una de ellas, se metió dentro del surco rojizo de su cicatriz y se quedó estancada, sin posibilidades de hacer nada y todo por un hombre.
_ ¿Qué... qué estás diciendo? –Dijo ella tartamudeando, viendo que Axel se ponía de cabeza gacha para iniciar un lastimado sollozo
Con un signo de interrogación dibujado en su rostro, dio dos pasos ágiles hacia delante y le arrebató el sobre de la mano, lo abrió notando que el sello con el apellido "Tussaud" escrito ya no estaba, lo sacó y leyó aquel extraño mensaje escrito con el delineador que hacía dos días había perdido.
Su pecho dio un vuelco tan inmenso que le fundió en una sacudida interna. La letra era casi igual a la suya, pero ella no había escrito eso.
_ ¡¿Qué es esto?! Yo no hice esto. –Axel levantó la mirada como un tigre asesino No, amor debes creerme, nos están tendiendo una trampa. ¡Maddie...! La muñeca de Edith en realidad es Amadine que quiere matarnos para completar su sacrificio –se acercó nuevamente hacia él y lo tomó de las mejillas, ¡Por favor, créeme!
Él puso la mano en su pecho y la apartó con fuerza.
_ ¡No seas ridícula y admite que también eres una adúltera!
Fue despedida hacia atrás, pero no con tanta fuerza como para que se produzca el trágico momento que estaban por sufrir.
Apoyó la punta del pie derecho y luego su talón para evitar caer al piso. Luego, necesitó apoyar el otro, pero éste no llegó al piso. Su pie se torció de repente al pisar una superficie redonda, parecido a un balón. Su tobillo se rompió con un crujido.
El cuerpo de la pobre mujer cayó duro y congelado como un ángulo de noventa grados volviéndose llano. Su cabeza se golpeó con el borde de la cómoda donde guardaba la ropa y un tajo sangriento se dibujó en su sien. Cayó sin vida y a sus pies, estaba inanimado el objeto que había pisado, no era un balón, sino una cabeza: la cabeza de la niña de plástico.
Las orbitas oculares de aquel hombre nunca habían sido tan grandes. No podía creer que un simple empujón hubiese podido desencadenar tal tragedia. Sus manos estaban embarradas de un acto homicida.
_ No... ¿qué acabo de hacer? –Dijo tomándose con fuerza y locura los cabellos de su cabeza
Una vena nerviosa saltó perpendicular a su frente y se levantó sobre su piel traspirada y brillante.
_ Maia... espetó sollozando un llanto de vidrio No, no, no, no... agregó en un desespero agitado Yo no lo hice... yo no la maté, ella se tropezó... Sí... se tropezó con el muñeco y se golpeó la cabeza.
Lo que decía era cierto, pero ninguna clase de autoridad se lo creería. Hacía poco más de una semana había sido marcado de por vida en su rostro por un cuchillo que Maia había manipulado y no presentó cargos. "¿Por qué no lo hizo?..." pensaría la policía "... ¿será que quería hacer justicia con sus propias manos?"
Se veía sin salida, incapaz de poder actuar o moverse. Quedó mirando espantado el cuerpo muerto de su mujer a los pies de la cómoda, con su cabeza ensangrentada emanando como una cascada grotesca cada vez más y más sangre. Sus ojos, aunque ya no veían nada, estaban completamente abiertos, casi como los de él, mirando fúnebremente lo trágico del destino y lo escuro de la muerte.
De pronto, algo lo sacó de aquella nube maligna de la que había sido metido sin querer y lo introdujo otra vez en la nerviosa desesperación.
_ ¡Maddie! –gritó Edith desde afuera ingresando a su casa
La entrada principal quedaba a solo cuatro metros y una puerta de la escena del crimen. Axel no sabía qué hacer.
_ Maddie, ¿Dónde estás? –preguntó entrando
Maddie... otra vez se nombraba a la maldita muñeca que había sido testigo del crimen. Axel no la había visto detrás de su esposa hasta después de fallecer. "Si tan sólo fuese alguien con vida, la enviaría a la cárcel, porque ambos sabemos que yo no he sido el asesino.", se dijo en su interior considerando que estaba al borde de la locura.
La vena que había crecido en su frente le deformaba la cara casi tanto como su cicatriz, dentro de ella, corría su sangre homicida furiosa y vertiente como la de la cabeza de Maia. Se dio la vuelta y cerró la puerta de un golpe, ni siquiera se dio cuenta que estaba actuando, hasta parecía verse afuera de él mismo, desconociéndose como persona.
Tomó con fuerza el cuerpo de Maia y lo metió bajo la cama. Gotas de su helado sudor cayeron en el ínterin.
El puño de su hija golpeó la puerta.
_ Mamá, ¿Maddie está allí contigo? –Preguntó desconociendo lo que ocurría detrás de la puerta
El atlético estado de Axel lo había beneficiado en aquél momento, sólo tardó unos segundos en esconder el cuerpo de su madre. Luego, movió la cómoda hacia delante para que ésta quede encima del charco de sangre.
Respiró hondo y abrió la puerta.
Edith lo vio y le causó asco verlo en ese estado. Lucía traspirado, despeinado y agitado. Pero cuando vio que tenía a la muñeca en su mano la tomó rápidamente y se olvidó del tema. Dio media vuelta y se fue de nuevo hacia la hamaca.
_ ¿Dónde estabas? –Se le escuchó decir Me dijiste que ibas al baño y terminaste en el cuarto de mamá...
La palabra "mamá" resonó en su mente junto con otra que desde hacía varios minutos evitaba afrontar: Criminal.
Pidió faltar al trabajo esa tarde por motivos de salud, confesó que no le importaba el monto de dinero que le descontarían de su sueldo el próximo mes por ello.
Lo que haría en el correr del día no lo pensó mucho, estaba demasiado choqueado como para poder realizar sus acciones con claridad. Primero, esperó que su hija se duerma, tan profundamente como acostumbraba a hacerlo.
Sacó del fondo de la casa una enorme hoja de plástico grueso, con la que envolvía las vigas y otros elementos que había comprado para la reformación del hogar y la llevó hacia el lugar del crimen. La colocó sobre la cama de una plaza y recostó a su esposa encima, tapándola después con una manta roja. Acto siguiente, la limpieza total e impecable del lugar.
Mientras trapeaba no dejaba de pensar en el hecho de que su hija ya no vería más a su madre. No tuvo necesidad de mentirle, por alguna razón no le había preguntado dónde se encontraba su madre que no había visto en todo el resto del día.
Cada lágrima que derramaba en el piso, era eliminada con el agua enjabonada que liberaban las cuerdas del trapeador y que se mesclaba con la sangre espesa pegada en los tablones.
Cuando terminó, hizo lo más difícil. Mientras todo secaba, envolvió como a un enrollado al cadáver en el plástico y con las puertas de la habitación, de la entrada y de la camioneta abiertas, se transportó con rapidez y sigilo con su mujer en los brazos, rogando a la suerte no encontrarse con Edith despierta. Cuando quiso acordar, estaba en el asiento delantero con la mano en la llave, comenzando a llevar a su esposa al rio más cercano, a unos dos kilómetros de allí. Si la suerte lo acompañaba, no lo atraparían. El rio corre fuerte y desemboca en una cascada de piedras, sabía que era un indigno adiós hacia el cuerpo de su mujer, pero debía elegir entre eso y pasarse toda la vida en la cárcel.
La próxima imagen que tenía de sí, era su cuerpo recién bañado, acostado en la cama matrimonial, sin mover un sólo musculo, sin creer lo que acababa de pasar ese día. No supo cuándo se durmió, pero cuando quiso acordar, el sol ya se había asomado por completo desde el frío horizonte.
Se desperezó con sus parpados congelados, para él solo habían pasado unos minutos, su cuerpo no tenía muestras de sentirse descansado y necesitaba estarlo para afrontar todas las mentiras que debería formularle a la policía para no ir preso, se tomaría todo el día para pensar bien en eso y a la noche llamaría a las autoridades para anunciar la extraña desaparición de su mujer.
Se sentó en la cama y abrió los ojos. Gritó del susto.
El reloj casi marcaba las ocho de la mañana, era imposible que Edith ya haya despertado.
Justo al lado de su cama, estaba Maddie parada, como si sus pies de plástico estuviesen clavados en el piso a través de la alfombra color roja.
En la casa había un silencio que le producía un leve zumbido en sus oídos, luego se escucharon unos pasitos secos que provenían del pasillo. Era Edith.
Entró a la habitación con un rostro inentendible, sus ojos lucían apagados y artificiales, como si por ellos hubiese perdido la esencia de su vida. Estaba vestida con su camisón blanco de cama y se veía media perdida.
_ ¿Edith? ¿Estás bien, pequeña? –le preguntó su padre, como si en su cabeza no tuviera ningún problema por el que preocuparse.
Ella no respondió al instante. Luego, bajó la cabeza hacia Maddie, quién estaba de espaldas a ella. La subió de nuevo y en el instante que iba a comenzar a hablar, le bajaron de sus narinas dos finas y brillantes líneas de sangre que se deslizaron por sus labios y cayeron sobre la cabeza de Maddie, manchando el tul de su vestido de novia.
_ Maddie no está vacía. Aún puedes salvarnos. –Dijo y salió corriendo a toda velocidad
Su padre se paró inmediatamente y salió en busca de ella.
_ ¡Edith!... ¡Edith, vuelve aquí! –le gritó antes de salir del cuarto, pero se detuvo en la puerta y dio un giro de ciento ochenta grados para ver de espaldas a Maddie.
"Maddie no está vacía. Aún puedes salvarnos..." recordó y se estremeció del miedo.
_ ¡¿Qué carajo está pasando?! –Gritó al techo agarrándose mechones de su cuero cabelludo con tanta fuerza que los arrancó No... esto no es real, esa muñeca sólo es juguete, ¡un estúpido juguete! Maia no estaba en lo cierto, Edith está confundida y yo... bueno, creo que yo sí estoy loco.
Todo eso lo había dicho con los ojos apretados y cuando los volvió a abrir, la muñeca estaba con la cabeza dada vuelta, mirándolo con los ojos más vivos del mundo. Axel notó que las manos de Maddie estaban manchadas de color rojo y una de ellas cargaba un lápiz, precisamente el mismo que había perdido Maia y con el que supuestamente había escrito a su amante.
El estómago Axel se torció de repente y lo hizo encorvarse haciéndole escupir un vómito verde con manchones rojos de sangre que se desparramó fuera del borde de la alfombra. Su respiración era agitada, pero cuando vio la sangre, se aceleró aún más.
_ ¡No nos matarás! –Le gritó desquiciadamente ¡No nos podrás matar, Amadine! ¡Primero lo haré yo!
Y de nuevo recordó la frase que había dicho Edith: ""Maddie no está vacía. Aún puedes salvarnos...".
Sin pensarlo dos veces, cargó la muñeca y la acostó boca arriba sobre la cama, luego la volteó, sus ojos lucían demasiado reales como para volverlos a mirar.
_ Bien, Edith ha dicho que no estás vacía. ¿Qué mierda llevas en tu interior, maldita puta? –le dijo destrozando el velcro para desvestirla
Descubrió su espalda y vio en su cuello la palabra "Maddie", más abajo, en el medio de su envés estaba escrita la frase "Ábreme si quieres vivir" y al momento en que lo leyó corrió hacia la cocina a buscar el cuchillo más grande. Sin piedad alguna, penetró aquél plástico como a un trozo de carne muerta y le hizo un tajo que recorrió su espalda, lo abrió y halló en el interior un sobre pequeño, de apariencia exacta al que había encontrado hacía veinte horas, con la diferencia que éste estaba bloqueado con un sello rectangular con el apellido "Tussaud" escrito.
Lo abrió desesperadamente y leyó lanzando de su boca sucia de vómito, un gemido de horror que no cesaba.
Axel se asomó con precisión en la puerta, vio que su esposa buscaba algo casi sin descanso mientras daba una barrida descuidada en el cuarto.
_ ¿Buscas esto? –Preguntó levantando el brazo con el sobre en la mano
Ella vio el sobre y sintió un ligero palpitar, no sabía si sentirse feliz por el hecho de que no estaba enloqueciendo, o mal por haber descubierto que se habían mudado a la casa indicada.
_ Sí –contestó con firmeza, eso es lo que busco. Supongo que ya lo has leído.
A Axel le sorprendió la naturalidad y la falta de vergüenza de su mujer, hasta le era difícil diferenciar a esa desconocida con la que había conocido y había jurado amor eterno.
_ Supones bien –le contestó. ¿Hasta cuándo pensabas ocultármelo? –dijo expresando rabia en su rostro
Ella no respondió, aunque era una situación extraña que se debía conversar seriamente, no era un tema con el que podría entablar una conversación con un esposo infiel. Su orgullo pesaba aún más que todo eso. Sin embargo, una parte de ella estaba comenzando a insistir en dejar todo atrás, por lo menos de forma temporal y comenzar a preocuparse por lo que de verdad importaba: los sucesos paranormales que habían sucedido en la casa desde la llegada y las horrorosas apariciones de la muñeca de Amadine; podría odiarse después, pero primero estaba el bienestar de su hija y eso era algo que le incumbía a los dos, más allá del error y la falta de respeto de Axel hacia la familia. Le tardó considerarlo medio segundo y entonces, se dispuso a hablar.
_ Está bien. Disculpa por no habértelo dicho...
_ ¿¡Disculpa!? –Interrumpió enloquecido ¿Cómo quieres que te disculpe por una cosa de ésta? Admito que yo me he equivocado en traer una mujer a la casa, pero no se compara con lo que planeas hacer tú. No puedo creer cómo nos has traicionado –sus ojos despidieron dos líneas de lágrimas que cayeron por sus mejillas, una de ellas, se metió dentro del surco rojizo de su cicatriz y se quedó estancada, sin posibilidades de hacer nada y todo por un hombre.
_ ¿Qué... qué estás diciendo? –Dijo ella tartamudeando, viendo que Axel se ponía de cabeza gacha para iniciar un lastimado sollozo
Con un signo de interrogación dibujado en su rostro, dio dos pasos ágiles hacia delante y le arrebató el sobre de la mano, lo abrió notando que el sello con el apellido "Tussaud" escrito ya no estaba, lo sacó y leyó aquel extraño mensaje escrito con el delineador que hacía dos días había perdido.
Su pecho dio un vuelco tan inmenso que le fundió en una sacudida interna. La letra era casi igual a la suya, pero ella no había escrito eso.
_ ¡¿Qué es esto?! Yo no hice esto. –Axel levantó la mirada como un tigre asesino No, amor debes creerme, nos están tendiendo una trampa. ¡Maddie...! La muñeca de Edith en realidad es Amadine que quiere matarnos para completar su sacrificio –se acercó nuevamente hacia él y lo tomó de las mejillas, ¡Por favor, créeme!
Él puso la mano en su pecho y la apartó con fuerza.
_ ¡No seas ridícula y admite que también eres una adúltera!
Fue despedida hacia atrás, pero no con tanta fuerza como para que se produzca el trágico momento que estaban por sufrir.
Apoyó la punta del pie derecho y luego su talón para evitar caer al piso. Luego, necesitó apoyar el otro, pero éste no llegó al piso. Su pie se torció de repente al pisar una superficie redonda, parecido a un balón. Su tobillo se rompió con un crujido.
El cuerpo de la pobre mujer cayó duro y congelado como un ángulo de noventa grados volviéndose llano. Su cabeza se golpeó con el borde de la cómoda donde guardaba la ropa y un tajo sangriento se dibujó en su sien. Cayó sin vida y a sus pies, estaba inanimado el objeto que había pisado, no era un balón, sino una cabeza: la cabeza de la niña de plástico.
Las orbitas oculares de aquel hombre nunca habían sido tan grandes. No podía creer que un simple empujón hubiese podido desencadenar tal tragedia. Sus manos estaban embarradas de un acto homicida.
_ No... ¿qué acabo de hacer? –Dijo tomándose con fuerza y locura los cabellos de su cabeza
Una vena nerviosa saltó perpendicular a su frente y se levantó sobre su piel traspirada y brillante.
_ Maia... espetó sollozando un llanto de vidrio No, no, no, no... agregó en un desespero agitado Yo no lo hice... yo no la maté, ella se tropezó... Sí... se tropezó con el muñeco y se golpeó la cabeza.
Lo que decía era cierto, pero ninguna clase de autoridad se lo creería. Hacía poco más de una semana había sido marcado de por vida en su rostro por un cuchillo que Maia había manipulado y no presentó cargos. "¿Por qué no lo hizo?..." pensaría la policía "... ¿será que quería hacer justicia con sus propias manos?"
Se veía sin salida, incapaz de poder actuar o moverse. Quedó mirando espantado el cuerpo muerto de su mujer a los pies de la cómoda, con su cabeza ensangrentada emanando como una cascada grotesca cada vez más y más sangre. Sus ojos, aunque ya no veían nada, estaban completamente abiertos, casi como los de él, mirando fúnebremente lo trágico del destino y lo escuro de la muerte.
De pronto, algo lo sacó de aquella nube maligna de la que había sido metido sin querer y lo introdujo otra vez en la nerviosa desesperación.
_ ¡Maddie! –gritó Edith desde afuera ingresando a su casa
La entrada principal quedaba a solo cuatro metros y una puerta de la escena del crimen. Axel no sabía qué hacer.
_ Maddie, ¿Dónde estás? –preguntó entrando
Maddie... otra vez se nombraba a la maldita muñeca que había sido testigo del crimen. Axel no la había visto detrás de su esposa hasta después de fallecer. "Si tan sólo fuese alguien con vida, la enviaría a la cárcel, porque ambos sabemos que yo no he sido el asesino.", se dijo en su interior considerando que estaba al borde de la locura.
La vena que había crecido en su frente le deformaba la cara casi tanto como su cicatriz, dentro de ella, corría su sangre homicida furiosa y vertiente como la de la cabeza de Maia. Se dio la vuelta y cerró la puerta de un golpe, ni siquiera se dio cuenta que estaba actuando, hasta parecía verse afuera de él mismo, desconociéndose como persona.
Tomó con fuerza el cuerpo de Maia y lo metió bajo la cama. Gotas de su helado sudor cayeron en el ínterin.
El puño de su hija golpeó la puerta.
_ Mamá, ¿Maddie está allí contigo? –Preguntó desconociendo lo que ocurría detrás de la puerta
El atlético estado de Axel lo había beneficiado en aquél momento, sólo tardó unos segundos en esconder el cuerpo de su madre. Luego, movió la cómoda hacia delante para que ésta quede encima del charco de sangre.
Respiró hondo y abrió la puerta.
Edith lo vio y le causó asco verlo en ese estado. Lucía traspirado, despeinado y agitado. Pero cuando vio que tenía a la muñeca en su mano la tomó rápidamente y se olvidó del tema. Dio media vuelta y se fue de nuevo hacia la hamaca.
_ ¿Dónde estabas? –Se le escuchó decir Me dijiste que ibas al baño y terminaste en el cuarto de mamá...
La palabra "mamá" resonó en su mente junto con otra que desde hacía varios minutos evitaba afrontar: Criminal.
Pidió faltar al trabajo esa tarde por motivos de salud, confesó que no le importaba el monto de dinero que le descontarían de su sueldo el próximo mes por ello.
Lo que haría en el correr del día no lo pensó mucho, estaba demasiado choqueado como para poder realizar sus acciones con claridad. Primero, esperó que su hija se duerma, tan profundamente como acostumbraba a hacerlo.
Sacó del fondo de la casa una enorme hoja de plástico grueso, con la que envolvía las vigas y otros elementos que había comprado para la reformación del hogar y la llevó hacia el lugar del crimen. La colocó sobre la cama de una plaza y recostó a su esposa encima, tapándola después con una manta roja. Acto siguiente, la limpieza total e impecable del lugar.
Mientras trapeaba no dejaba de pensar en el hecho de que su hija ya no vería más a su madre. No tuvo necesidad de mentirle, por alguna razón no le había preguntado dónde se encontraba su madre que no había visto en todo el resto del día.
Cada lágrima que derramaba en el piso, era eliminada con el agua enjabonada que liberaban las cuerdas del trapeador y que se mesclaba con la sangre espesa pegada en los tablones.
Cuando terminó, hizo lo más difícil. Mientras todo secaba, envolvió como a un enrollado al cadáver en el plástico y con las puertas de la habitación, de la entrada y de la camioneta abiertas, se transportó con rapidez y sigilo con su mujer en los brazos, rogando a la suerte no encontrarse con Edith despierta. Cuando quiso acordar, estaba en el asiento delantero con la mano en la llave, comenzando a llevar a su esposa al rio más cercano, a unos dos kilómetros de allí. Si la suerte lo acompañaba, no lo atraparían. El rio corre fuerte y desemboca en una cascada de piedras, sabía que era un indigno adiós hacia el cuerpo de su mujer, pero debía elegir entre eso y pasarse toda la vida en la cárcel.
La próxima imagen que tenía de sí, era su cuerpo recién bañado, acostado en la cama matrimonial, sin mover un sólo musculo, sin creer lo que acababa de pasar ese día. No supo cuándo se durmió, pero cuando quiso acordar, el sol ya se había asomado por completo desde el frío horizonte.
Se desperezó con sus parpados congelados, para él solo habían pasado unos minutos, su cuerpo no tenía muestras de sentirse descansado y necesitaba estarlo para afrontar todas las mentiras que debería formularle a la policía para no ir preso, se tomaría todo el día para pensar bien en eso y a la noche llamaría a las autoridades para anunciar la extraña desaparición de su mujer.
Se sentó en la cama y abrió los ojos. Gritó del susto.
El reloj casi marcaba las ocho de la mañana, era imposible que Edith ya haya despertado.
Justo al lado de su cama, estaba Maddie parada, como si sus pies de plástico estuviesen clavados en el piso a través de la alfombra color roja.
En la casa había un silencio que le producía un leve zumbido en sus oídos, luego se escucharon unos pasitos secos que provenían del pasillo. Era Edith.
Entró a la habitación con un rostro inentendible, sus ojos lucían apagados y artificiales, como si por ellos hubiese perdido la esencia de su vida. Estaba vestida con su camisón blanco de cama y se veía media perdida.
_ ¿Edith? ¿Estás bien, pequeña? –le preguntó su padre, como si en su cabeza no tuviera ningún problema por el que preocuparse.
Ella no respondió al instante. Luego, bajó la cabeza hacia Maddie, quién estaba de espaldas a ella. La subió de nuevo y en el instante que iba a comenzar a hablar, le bajaron de sus narinas dos finas y brillantes líneas de sangre que se deslizaron por sus labios y cayeron sobre la cabeza de Maddie, manchando el tul de su vestido de novia.
_ Maddie no está vacía. Aún puedes salvarnos. –Dijo y salió corriendo a toda velocidad
Su padre se paró inmediatamente y salió en busca de ella.
_ ¡Edith!... ¡Edith, vuelve aquí! –le gritó antes de salir del cuarto, pero se detuvo en la puerta y dio un giro de ciento ochenta grados para ver de espaldas a Maddie.
"Maddie no está vacía. Aún puedes salvarnos..." recordó y se estremeció del miedo.
_ ¡¿Qué carajo está pasando?! –Gritó al techo agarrándose mechones de su cuero cabelludo con tanta fuerza que los arrancó No... esto no es real, esa muñeca sólo es juguete, ¡un estúpido juguete! Maia no estaba en lo cierto, Edith está confundida y yo... bueno, creo que yo sí estoy loco.
Todo eso lo había dicho con los ojos apretados y cuando los volvió a abrir, la muñeca estaba con la cabeza dada vuelta, mirándolo con los ojos más vivos del mundo. Axel notó que las manos de Maddie estaban manchadas de color rojo y una de ellas cargaba un lápiz, precisamente el mismo que había perdido Maia y con el que supuestamente había escrito a su amante.
El estómago Axel se torció de repente y lo hizo encorvarse haciéndole escupir un vómito verde con manchones rojos de sangre que se desparramó fuera del borde de la alfombra. Su respiración era agitada, pero cuando vio la sangre, se aceleró aún más.
_ ¡No nos matarás! –Le gritó desquiciadamente ¡No nos podrás matar, Amadine! ¡Primero lo haré yo!
Y de nuevo recordó la frase que había dicho Edith: ""Maddie no está vacía. Aún puedes salvarnos...".
Sin pensarlo dos veces, cargó la muñeca y la acostó boca arriba sobre la cama, luego la volteó, sus ojos lucían demasiado reales como para volverlos a mirar.
_ Bien, Edith ha dicho que no estás vacía. ¿Qué mierda llevas en tu interior, maldita puta? –le dijo destrozando el velcro para desvestirla
Descubrió su espalda y vio en su cuello la palabra "Maddie", más abajo, en el medio de su envés estaba escrita la frase "Ábreme si quieres vivir" y al momento en que lo leyó corrió hacia la cocina a buscar el cuchillo más grande. Sin piedad alguna, penetró aquél plástico como a un trozo de carne muerta y le hizo un tajo que recorrió su espalda, lo abrió y halló en el interior un sobre pequeño, de apariencia exacta al que había encontrado hacía veinte horas, con la diferencia que éste estaba bloqueado con un sello rectangular con el apellido "Tussaud" escrito.
Lo abrió desesperadamente y leyó lanzando de su boca sucia de vómito, un gemido de horror que no cesaba.
"Mis queridos malaventurados, no lo tomen de
manera personal todas las desdichas que le he hecho pasar. No quería hacerles
sufrir, pero no podré revivir plenamente si no entrego antes de tiempo los tres
cuerpos necesarios.
Aun así, si estás en contra de mis planes, te doy el permiso para que continúes tu vida en paz. Simplemente debes enterrar mi cuerpo de plástico, aquél que tome prestado para realizarlo todo y entiérralo bajo una de las higueras en un agujero profundo y grande como para poner un humano, sólo de ésta forma mi alma descansará en paz y ya no podré volver al mundo real. Mis dioses son deidades muy generosas con los humanos y aún en contra de mi voluntad, me han obligados a decirles la solución a su problema, pero recuerda, sólo podrás lograrlo si todavía no han muerto dos de ustedes"
Axel no sabía si en ese momento debía gritar de felicidad o entregarse al terror que corría por sus venas y que hacían que su pecho estalle en latidos.
Agarró a la muñeca de los pelos corrió como un felino africano hacia el fondo de su casa para tomar una pala de excavación.
Afuera caía un rocío invernal, pero a Axel ni siquiera se le pasó por la cabeza abrigarse. Atravesó nuevamente la casa, ésta vez su meta era el frente hacia la higuera más cercana, tenía ambas manos ocupadas y en su mente yacía la pregunta "¿Dónde está Edith?"
La llamó a gritos imaginando cómo se lamentaría si estuviese muerta, no solamente porque se quedaría sólo, sino porque habría faltado a la única condición que tenía el macabro juego de Amadine, no enterrar a la muñeca si ya hay dos personas muertas.
Cuando salió por la puerta delantera, vio a Edith de espaldas sentada sobre la hamaca del sauce, parecía estar en perfectas condiciones pero no quiso vociferarle, algo dentro de sí le decía que debía terminar con el entierro cuando antes y además comprendía como comprendía la obsesión de su hija hacia la muñeca, la verlo enterrarla protestaría contra él y no tenía tiempo para ese tipo de escenas.
Tiró la muñeca hacia un lado y de inmediato comenzó a cavar. Al hacerlo, Edith se dio cuenta de lo que hacía y se acercó a él, inexplicablemente no levantó queja alguna, permaneció callada todo el tiempo salvo tres o cuatro veces en donde tosía y le sangraban las narices, en esos momentos era en los que Axel más se apresuraba. Por suerte, la tierra estaba húmeda por el abundante rocío que la había ablandado, entonces no tardó mucho tiempo en cavar el gran pozo. Cuando terminó, no pudo evitar largar una aturdidora carcajada cuyo aullido demente torció del miedo hasta a las higueras. Agarró del pelo a la muñeca que había permanecido inmóvil todo el tiempo y la arrojó adentro.
_ ¡Ahí tienes tu maldito pozo, hija de puta! ¡Ahora déjanos en paz! –le exclamó
Cargó un montón de tierra con la pala y comenzó a llenar el pozo, pero algo lo detuvo. Sintió un dolor indescriptible en su espalda, algo frío y filoso lo había atravesado de atrás, percibió que sus pulmones le ardían pero al mismo tiempo sentía congelado el resto de su cuerpo. Tosió una vez y de su boca saltó un chorro de sangre, su respiración ahora había alcanzado el punto máximo de agitación y cada vez le costaba más tomar aire.
Edith retiró el cuchillo que había clavado en la espalda de su padre y soltó una risita al mismo tiempo que éste caía al pozo. Golpeó su cabeza con la tierra húmeda y desparramada, estaba boca arriba junto a la muñeca Maddie que enigmáticamente, tenía la nariz y la boca empapadas de sangre.
Aún con el dolor que estaba terminando con su vida y la tos sangrienta que sucedía cada cinco segundos, tomó fuerzas para decir sus últimas palabras.
_ Ed... Edith... ¿Qué me has hecho?
La niña se rió nuevamente y agarró la pala del piso, luego habló:
_ ¿Edith? –Largó una carcajada malvada Éste ya no es el cuerpo de tu hija. Ella ahora está muerta, justo a tu lado. –Axel le dio un vistazo a la muñeca y en un esfuerzo de llorar, una corriente de dolor le hizo retorcer su cuerpo, la niña siguió hablando Lo más gracioso de todo es que yo sólo te he matado a ti, pero tú... tú has matado a toda tu familia, accidentalmente, pero en fin, los has matado a todos. Por si el dolor no te deja darte cuenta, cuando abriste a la muñeca por la espalda para retirar el sobre, en realidad se lo estabas haciendo a mi querida amiga Edith, pero no te preocupes, posiblemente murió en el segundo y sin darse cuenta; y ahora morirás tú, tal y como me lo han predicho los dioses. –En ese momento, Axel dejó de respirar y el viento furioso: el viento de mal, sopló por toda la casa Ya he entregado mis tres ofrendas, ya los he sacrificado y ahora, estoy nuevamente viva.
Aun así, si estás en contra de mis planes, te doy el permiso para que continúes tu vida en paz. Simplemente debes enterrar mi cuerpo de plástico, aquél que tome prestado para realizarlo todo y entiérralo bajo una de las higueras en un agujero profundo y grande como para poner un humano, sólo de ésta forma mi alma descansará en paz y ya no podré volver al mundo real. Mis dioses son deidades muy generosas con los humanos y aún en contra de mi voluntad, me han obligados a decirles la solución a su problema, pero recuerda, sólo podrás lograrlo si todavía no han muerto dos de ustedes"
Axel no sabía si en ese momento debía gritar de felicidad o entregarse al terror que corría por sus venas y que hacían que su pecho estalle en latidos.
Agarró a la muñeca de los pelos corrió como un felino africano hacia el fondo de su casa para tomar una pala de excavación.
Afuera caía un rocío invernal, pero a Axel ni siquiera se le pasó por la cabeza abrigarse. Atravesó nuevamente la casa, ésta vez su meta era el frente hacia la higuera más cercana, tenía ambas manos ocupadas y en su mente yacía la pregunta "¿Dónde está Edith?"
La llamó a gritos imaginando cómo se lamentaría si estuviese muerta, no solamente porque se quedaría sólo, sino porque habría faltado a la única condición que tenía el macabro juego de Amadine, no enterrar a la muñeca si ya hay dos personas muertas.
Cuando salió por la puerta delantera, vio a Edith de espaldas sentada sobre la hamaca del sauce, parecía estar en perfectas condiciones pero no quiso vociferarle, algo dentro de sí le decía que debía terminar con el entierro cuando antes y además comprendía como comprendía la obsesión de su hija hacia la muñeca, la verlo enterrarla protestaría contra él y no tenía tiempo para ese tipo de escenas.
Tiró la muñeca hacia un lado y de inmediato comenzó a cavar. Al hacerlo, Edith se dio cuenta de lo que hacía y se acercó a él, inexplicablemente no levantó queja alguna, permaneció callada todo el tiempo salvo tres o cuatro veces en donde tosía y le sangraban las narices, en esos momentos era en los que Axel más se apresuraba. Por suerte, la tierra estaba húmeda por el abundante rocío que la había ablandado, entonces no tardó mucho tiempo en cavar el gran pozo. Cuando terminó, no pudo evitar largar una aturdidora carcajada cuyo aullido demente torció del miedo hasta a las higueras. Agarró del pelo a la muñeca que había permanecido inmóvil todo el tiempo y la arrojó adentro.
_ ¡Ahí tienes tu maldito pozo, hija de puta! ¡Ahora déjanos en paz! –le exclamó
Cargó un montón de tierra con la pala y comenzó a llenar el pozo, pero algo lo detuvo. Sintió un dolor indescriptible en su espalda, algo frío y filoso lo había atravesado de atrás, percibió que sus pulmones le ardían pero al mismo tiempo sentía congelado el resto de su cuerpo. Tosió una vez y de su boca saltó un chorro de sangre, su respiración ahora había alcanzado el punto máximo de agitación y cada vez le costaba más tomar aire.
Edith retiró el cuchillo que había clavado en la espalda de su padre y soltó una risita al mismo tiempo que éste caía al pozo. Golpeó su cabeza con la tierra húmeda y desparramada, estaba boca arriba junto a la muñeca Maddie que enigmáticamente, tenía la nariz y la boca empapadas de sangre.
Aún con el dolor que estaba terminando con su vida y la tos sangrienta que sucedía cada cinco segundos, tomó fuerzas para decir sus últimas palabras.
_ Ed... Edith... ¿Qué me has hecho?
La niña se rió nuevamente y agarró la pala del piso, luego habló:
_ ¿Edith? –Largó una carcajada malvada Éste ya no es el cuerpo de tu hija. Ella ahora está muerta, justo a tu lado. –Axel le dio un vistazo a la muñeca y en un esfuerzo de llorar, una corriente de dolor le hizo retorcer su cuerpo, la niña siguió hablando Lo más gracioso de todo es que yo sólo te he matado a ti, pero tú... tú has matado a toda tu familia, accidentalmente, pero en fin, los has matado a todos. Por si el dolor no te deja darte cuenta, cuando abriste a la muñeca por la espalda para retirar el sobre, en realidad se lo estabas haciendo a mi querida amiga Edith, pero no te preocupes, posiblemente murió en el segundo y sin darse cuenta; y ahora morirás tú, tal y como me lo han predicho los dioses. –En ese momento, Axel dejó de respirar y el viento furioso: el viento de mal, sopló por toda la casa Ya he entregado mis tres ofrendas, ya los he sacrificado y ahora, estoy nuevamente viva.
FIN
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