Una mañana de diciembre, salió a dar un paseo por
los jardines del orfanato. Hacía mucho frío. Raven se ajustó el, abrigo y
salió con paso firme a la hierba nevada. Pensó que era hermoso el
paisaje blanquecino y deseó con fuerza que permaneciera así siempre,
sabiendo que era imposible.
En lugar de hacer su recorrido habitual, decidió
que era hora de que cambiara, ya que llevaba diecisiete años pasando por
delante de los mismos setos y cipreses. Podía caminar por allí con los
ojos cerrados. Giró hacia la izquierda en la bifurcación que se abría a
la salida del edificio. Pasó por delante de arbustos sin hojas que se le
asemejaban monstruos al acecho y volvió a escoger el camino izquierdo
en un cruce cercano. Tras unos instantes, descubrió un bello jardín de
rosas desconocido para ella y sus compañeras de hogar.
Las rosas, ocultas bajo una fina capa de hielo,
parecían mágicas por sus vivos tonos, que contrastaban con el azulado
entorno. Pero había una que le llamó más la atención. Era oscura y
grande. Perfecta.
Alargó la mano para rozar uno de sus pétalos y en
el mismo instante en el que posó su dedo en ella, notó una corriente que
sacudía su cuerpo de arriba a abajo, como una pequeña descarga
indolora. Separó el dedo y sonrió. Aquello era magia.
Esa misma noche se lo contó al resto de chicas.
Ninguna de ellas sabía de qué se trataba, puesto
que desconocían la existencia de aquel rosal mágico en los jardines del
orfanato. A nadie se le había ocurrido ir a echar un vistazo por el
sendero de la izquierda, ya que desde pequeñas Madre Ana les había
enseñado que la izquierda traía mala suerte. Como una especie de símbolo
oscuro.
Sin embargo, todas se mostraron fascinadas y curiosas por la historia de Raven. Así que decidieron preguntarle a su matrona.
A la mañana siguiente, Raven se levantó a la misma
hora que de costumbre y se puso el uniforme. Salió rápidamente de la
habitación y llegó la primera a desayunar. Charló animadamente con sus
hermanas y esperó impaciente a que llegara la hora del té.
Cuando por fin dieron las cinco en punto, se sentó a
la mesa y aguardó a Madre Ana, quien sirvió té a ambas y tomó asiento
enfrente de Raven, sonriente.
-¿Qué te trae por aquí, Raven?
-Madre Ana, yo…-se acomodó- tengo que preguntarle una cosa.
La mujer se inclinó hacia delante, expectante.
-Dime, querida.
-Ayer… tomé el camino de la izquierda y llegué a un rosal. –los ojos de la monja se abrieron exageradamente. - ¿hice mal?
-Raven, -dijo, seriamente- os hemos dicho que la izquierda es mala. Da mala suerte. Es malo.
- ¿Pero por qué?
-Porque… Dios lo dice así.
Raven acabó su té, enfurecida por la respuesta de Madre Ana.
-Bien. Eso era todo. – Dijo, levantándose de su asiento estrepitosamente- Adiós Madre Ana. –murmuró.
No habló con nadie en seis días.
Al séptimo día se le ocurrió volver a visitar su
rosal mágico. Salió por la puerta trasera del orfanato a medianoche, ya
que la tenían muy vigilada por el día por su extraño comportamiento.
Atravesó sigilosamente el camino de la izquierda y llegó al hermoso
lugar lleno de rosas. De noche era aun más mágico, si cabía. Dejó su
capa en el suelo y se acercó a la rosa de la descarga. Levantó un dedo y
lo posó en ella. Una fugaz imagen pasó por su mente. Era una mujer
sosteniendo una Biblia entre sus manos. Parecía horrorizada. Separó el
índice rápidamente, pero la curiosidad no era poca. Volvió a posarlo y
otra imagen pasó por su mente. Esta vez era una tabla llena de letras,
con un vaso sobre una de ellas. Un agudo grito llenó sus oídos
repentinamente. Del susto se tambaleó y por poco cae al suelo. No
entendía nada.
Recogió su capa y salió corriendo de vuelta a su hogar.
Durante varias semanas, hasta que la primavera
estuvo en pleno esplendor, no regresó a aquel lugar. Todas las noches
tenía pesadillas sobre monjas asustadas y tablas con letras y números. Y
luego estaba el grito. No había hablado a nadie de ello, a pesar de las
constantes preguntas que le hacían sus hermanas sobre su rosal. Había
decidido dejarlo atrás. Como un mal sueño.
Pero no pudo.
Las pesadillas la perseguían constantemente hasta
el punto de volverla paranoica. Aquello tenía que acabar. ¿Qué había
hecho mal? Madre Ana tenía razón. La izquierda era mala, y ahora, Dios
la estaba castigando por ello. Sin embargo, Raven nunca había creído en
esas cosas. Así que… ¿de qué trataba todo aquello? ¿Quién o qué la
estaba penalizando?
Decidió volver a preguntarle a su matrona.
Al igual que la primera vez, llegaron puntuales a
la hora del té, solo que Madre Ana no sonreía. Raven tenía un aspecto
muy demacrado y no parecía ella. Podría pasar por una esquizofrénica
recién salida del manicomio.
-Madre Ana, no puedo más. –los ojos de Raven brillaban y su barbilla temblaba. Iba a estallar, pero se contuvo.
-Raven, cielo, cuéntame lo que te preocupa.
-Volví al rosal y toqué la misma flor. Y unas
horribles imágenes pasaron por mi mente. Intenté olvidarlo, lo juro. No
regresé, pero todas las noches tengo pesadillas acerca de esas imágenes.
–dijo, con la mirada perdida.
-¿Cómo son tus pesadillas? –le pidió Madre Ana, horrorizada.
Raven se lo explicó.
-Oh –la monja se cubrió la boca con ambas manos. Parecía escandalizada.- Raven…
-Por favor, ¡cuéntemelo todo!
La mujer respiró profundamente antes de empezar a hablar.
-Allí está enterrada Rose Darkwings. Rose era una
chica… diferente. Cuando la encontramos, tenía seis años, y estaba en un
cementerio hablando sola. Creímos que era un amigo imaginario. Luego,
pasaron los años y la cosa fue a peor. Dibujaba cruces invertidas,
estrellas de cinco puntas dentro de círculos… signos demoníacos. Pero
aquél día… -tomó aire- Aquel día fue excesivo. Trajo una guija al
orfanato. No sabemos cómo ni de dónde la sacó, pero realizó una sesión
de espiritismo. Consiguió contactar con…
-¿Con?
-Con... Satanás. Aquella noche fue poseída por el
mismísimo diablo. Y trató de matar a sus hermanas. Por suerte, no lo
logró, pero enloqueció y comenzó a hablar en otras lenguas. Gritaba y
rompía todo lo que tenía por delante. Así que hubo que ponerle fin.
-¿Qué le hicieron?
-Un exorcismo.
-¿Y?
-Murió en el acto.
-¿Y qué tiene que ver toda esta historia conmigo?
–Raven temblaba de miedo y no podía hablar apenas. -¿Por qué me llegan
esas imágenes?
-Porque, cielo… Rose murió embarazada. De ti.
Aquello fue demasiado. Los ojos de Raven se pusieron en blanco y cayó de golpe al suelo.
Despertó unos días más tarde.
-¿Mamá? –preguntó desde la camilla del hospital.
-Mamá se fue. –respondió la inconfundible voz de Madre Ana.
-¿Mamá? –volvió a preguntar.
-Mamá se fue.
-¿Mamá?
-Mamá…se fue.
-¿Se fue?
-Sí.
-No… -señaló un punto por encima del hombro de la monja- está ahí.
Madre Ana comenzó a sacudirse violentamente contra
la pared y romper las diversas estanterías acristaladas que contenían el
equipo médico. Cayó sobre un afilado cristal que la atravesó por el
estómago y quedó expuesta a la lluvia de afilados bisturís que acabaron
con su cerebro.
-Te lo dije.-susurró Raven- Mamá está aquí.
Su cuerpo inerte permaneció allí minutos, antes de
que Madre Teresa acudiera a causa del estruendo. Encontró a Raven
riéndose como loca.
-¡Santo Cielo! –exclamó, mientras se llevaba las manos a la cabeza y salía corriendo de la habitación.
Raven no se percató de su presencia, así que continuó burlándose de la monja fallecida.
Hasta que no le dolió la tripa, no cesó. Bajó de la
camilla, sabiendo que había perdido la cordura, y salió al jardín.
Aquella era una noche de tormenta, y nadie, bajo ningún concepto, se
atrevía a abandonar el orfanato. Llegó al rosal completamente empapada.
Corrió hacia la rosa y la abrazó fuertemente. Volvió a notar aquella
corriente eléctrica y las imágenes fluyeron por su mente. Toda la
historia era cierta. Ella, Raven, era la hija de Rose Darkwings . Era la
hija del demonio.
De repente, la descarga se volvió más intensa y la
flor la atrajo a ella con una fuerza sobrenatural. Notó unas manos
abriendo su estómago y trepando por dentro de ella. La fuerza cesó y
cayó al suelo, convulsionándose. Rodó sobre sí misma y agarró la tierra
en busca de algo que calmara su dolor; que la llevara de vuelta a su
hogar. Gritó como jamás lo hubo hecho y sufrió terribles espasmos que la
dejaron sin aire. Algo estaba dentro de ella. Sus venas se hincharon de
una manera antinatural, y parecía que iban a estallar. La cabeza le
daba vueltas, y, tras vomitar sangre, los ojos se le comenzaron a mover
rápidamente hacia todas partes. Estaba siendo poseída por Rose.
Su cuerpo, como una marioneta, se incorporó de
golpe. Miró hacia los lados, con una sonrisa macabra dibujada en ella.
Caminó lentamente hacia el orfanato, donde entró sin hacer el menor
ruido. Fue directa a la cocina, donde cogió un mechero con el que
prendió las cortinas del gran salón. A pesar de la lluvia, las llamas se
extendieron velozmente y apenas le dio tiempo a escapar. Desde el
exterior, contempló la escena y escuchó los aterradores gritos de sus
hermanas y de las madres Teresa y Nora. Siguió sonriendo, con la mirada
perdida, mientras se alejaba a paso lento del edificio, camino de la
salida. Unos segundos antes de que este se viniera abajo, Raven se
volvió.
-Os lo dije…
Los cristales estallaron.
-Mamá está aquí.
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