Lolita era la niña más humilde del barrio, cuando se reunía con todas las demás a jugar ellas se burlaban de su muñeca, ya que estaba sucia, vieja y andrajosa, hasta la apodaron “La muñeca fea“. Por fortuna los insultos siempre se dirigían al juguete y no tenían nada que ver con la niña, así que pasaban largas horas juntas.
Un día
la madre de Lolita se dio cuenta de cómo se expresaban sus compañeras de
juego de la muñeca y quiso comprarle una nueva, pero sin pensarlo, la
niña se negó. Ella estaba muy contenta con la que tenía, había sido su
compañera por muchos años, y la seguía viendo tan hermosa como el primer día.
Enteradas de eso, el resto de las niñas intensificaron sus insultos,
enumeraron cada uno de los defectos de la pobre muñequita, hasta que
hicieron llorar a Lolita, quien se fue corriendo.
En la
soledad de su habitación, la niña consolaba a su compañera de juegos, le
prometía jamás cambiarla por nada ni por nadie, y aseguraba que la
defendería siempre de insultos como los que habían pasado. Así pasaron
las horas, hasta que la pequeña se quedó dormida.
Al
despertar, la siguiente mañana, la muñeca ya no estaba en los brazos de
Lolita,
si no sobre la cama, cobijada casi por completo, solo se podía
ver una de sus piernitas. La niña no recordaba haberla puesto ahí, pero
eso no importaba mucho, solo quería abrazarla de nuevo. Le quitó las
cobijas de encima y la vio con extrañeza…
—¿Qué pasa?, ¿No me veo bonita? —dijo la muñeca, esperando un gesto de aprobación de su dueña…
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