Escondido

El piso de arriba

Cuando era niño mi familia se mudó a una casa vieja y enorme de dos pisos, con espaciosos cuartos vacíos y tablones que rechinaban. Mis padres trabajaban, así que usualmente me quedaba solo al venir de la escuela. Un día que llegaba un poco tarde, la casa todavía estaba oscura. «¿Mamá?», llamé, y la escuché decir con voz cantarina «¿Siiiiiií?» desde el piso de arriba. La llamé de nuevo mientras subía las escaleras para ver en qué habitación se encontraba, y de nuevo me respondió con un «¿Siiiiiií?».
Estábamos redecorando para ese tiempo, y no sabía ubicarme entre ese laberinto de habitaciones, pero ella estaba en una de las más alejadas, al final del pasillo. Me sentí intranquilo, pero supuse que era normal y me dirigí a ver a mi madre, sabiendo que su cercanía apaciguaría mis miedos. Justo cuando tomé la perilla para entrar en la habitación, escuché la puerta principal abrirse y a mi mamá decir, «Cariño, ¿estás en casa?» con una voz alegre. Di un salto hacia atrás, sobresaltado, y corrí hacia las escaleras para ir con ella; pero cuando volteé desde los primeros escalones, la puerta de esa habitación se abrió lentamente haciendo un quejido. Por un breve instante, pude ver algo ahí adentro. No sé lo que era, pero me estaba mirando.
El Camino Sin Fin

En Corona, California, hubo una vez una carretera conocida por la mayoría de los lugareños como El Camino Sin Fin. Específicamente, el verdadero nombre de la carretera era El paso de Lester. Hoy día, más de veinte años después, el terreno de Corona ha cambiado, y El Camino Sin Fin ya no lo sigue siendo. Sin embargo, hace algunos años, El paso de Lester era un camino sin alumbrado público que las personas aseguraban que nunca terminaba cuando se cruzaba por la noche. Tampoco se volvía a saber de las personas que hacían tales recorridos por el camino.
La leyenda se volvió tan famosa que todos se rehusaban a conducir por El paso de Lester hasta por el día. Una noche, como muchos adolescentes de mi edad, conduje por esa carretera, pero sólo algunos kilómetros, y con los focos de mi auto sí daba la impresión de que nunca terminaba. Asustado, rápidamente decidí regresar, porque de haber continuado el camino seguramente nunca habría regresado.
Los reportes de personas desaparecidas llevaron a la policía local a investigar. El paso de Lester se dividía en un segundo camino para el final, y no había barandillas que lo cercaran. Más allá del segundo camino había un cañón, y al otro lado de éste había otra carretera que se alineaba tan perfectamente con El paso de Lester que, al verse desde el ángulo correcto, especialmente de noche, el cañón desaparecía de vista y la carretera parecía continuar al otro lado. Tras haber investigado el cañón, fueron encontrados varios autos que cayeron a su perdición, con los cadáveres descompuestos de las víctimas aún atrapados en sus asientos.
El cuchillo en el maletín

Un día de verano en Southampon, Nueva York, una mujer se detuvo en una estación de gas. Mientras el bombero llenaba el tanque, la mujer le comentó que iba apurada porque tenía que recoger a su hija de clase de arte en East Hampton.
Un hombre vestido formalmente se acercó a su auto y comenzó a hablar con ella. Le explicó que su auto rentado se había descompuesto, y que tenía que atender unos asuntos en East Hampton. Ella le dijo que estaría encantada de llevarlo. El hombre metió su portafolio en la cabina trasera y dijo que iría al baño rápidamente.
Tras un par de minutos, la mujer miró a su reloj y entró en pánico. Condujo de vuelta a la carretera, olvidando que el hombre volvería para acompañarla.
La mujer no se acordó de él hasta que su hija se había subido al auto. ¡Notó el maletín y se dio cuenta de que lo había olvidado! Lo abrió esperando encontrar algún tipo de identificación o medio de contactarlo para que pudiera regresarle sus pertenencias. Lo único que encontró ¡fue un cuchillo y un rollo de cinta adhesiva!
El viaje en metro

Vivo en el Reino Unido. Una compañera de trabajo se enteró de esto por su novio. Él trabaja con alguien que le contó que la amiga de su hermana se subió al metro para ir a su casa hace algunas semanas. Cuando entró notó que había cinco filas de asientos vacíos, excepto por la última fila, que tenía a tres personas. Como le dio un poco de miedo, se sentó en el lado opuesto a estas personas, a varias filas de distancia. Se acomodó y dirigió su mirada a la mujer que venía con los hombres, que la veía fijamente.
Sacó su libro y comenzó a leerlo, pero cada vez que volteaba a la mujer ésta parecía seguirla viendo. El metro se detuvo en la siguiente estación y se subió un hombre: observó detenidamente el interior del metro, la vio a ella y a las personas en el lado opuesto y se fue a sentar con ella. En tanto el metro partía a la siguiente estación, el hombre se inclinó hacia ella y le susurró en el oído, «si sabes lo que es bueno, te bajarán en la siguiente estación conmigo». Ella estaba helada, pero supuso que lo mejor sería hacerle caso, pues en la siguiente estación habría bastante gente.
Llegaron a la estación y ella se bajó con el hombre, quien empezó a decirle, «gracias a Dios. Lo siento, no quise asustarte, pero tenía que sacarte de ahí. Soy doctor, y la mujer sentada en los últimos asientos estaba muerta y los dos hombres a su lado la habían arreglado». De acuerdo al tipo que contó la historia, la chica y el doctor llamaron a la policía, quienes detuvieron el metro en la siguiente estación.
Escondido

¿Por qué lo haces? No sabes por qué, pero lo haces. Te aseguras de que las ventanas estén bien cerradas, revisas al otro lado de la puerta, y tu armario… incluso miras debajo de la cama. ¿Por qué haces eso? ¿Acaso abrir la cortina de la ducha y ver que no hay nada ahí te hace sentir seguro? ¿Acaso escudriñar el área con tu vista luego de leer una historia de terror te hace sentir tranquilo?
Pues, no deberías.
Porque para el tiempo que has mirado, yo ya me he escondido.

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