El reloj me miró fijamente con sus ojos
rojos, señalándome que él vendría pronto. Siempre viene a la hora de las
brujas. Por supuesto que no sabía que la hora de las brujas era a las
tres de la madrugada hasta que le comenté a mi amigo sobre mi merodeador
nocturno. La hora de las brujas es el momento de la noche cuando Dios
es más débil y todos los demonios y sirvientes del Mal vienen al mundo.
Pero este hombre no es ningún diablo de tres cuernos; se ve viejo y
solitario. Le tengo lástima, probablemente fuera un vagabundo sin
familia ni amigos de los que hablar.
Cada noche está ahí, sentado en nuestro
jardín trasero. Cada noche quiero ir a hablarle, pero no puedo juntar el
valor. Sólo se sienta en el columpio de llanta y murmura algo para sí
mismo. Afortunadamente no tengo árboles cerca de la ventana de mi
cuarto, o lo que sea que pudiera bloquear mi visión de él. Mi amigo dice
que es una trampa para atraerme afuera. Dice que un niño pequeño como
yo no piensa bien tan tarde en la noche, una carnada fácil para el
Príncipe de las Tinieblas.
Quizá mi amigo tiene un punto. No sobre
la parte malvada, pero sí sobre la parte de que es poco seguro. El viejo
puede estar loco. El no tener hogar debe traerle consecuencias a tu
cuerpo.
No puedo verlo muy bien desde mi ventana, hoy dormiré, tal vez mañana por la noche vaya y compruebe si es o no peligroso.
La cama se veía tan cómoda que no pude
evitar hundirme en ella. El viento estaba soplando muy fuerte afuera,
llovía. Pude escuchar cómo una rama de árbol golpeaba mi ventana.
Suponía que el hombre tenía frío; me preguntaba si sería lo
suficientemente listo para conseguir refugio. Mis ojos se ponían
extremadamente pesados, pero el golpeteo no me permitía dormir. Miré
directamente a la oscuridad, cuando un escalofrío me recorrió la columna
vertebral: «no tengo un árbol cerca de mi ventana».
Me quedé acostado en la cama y miré
fijamente a la ventana en el otro lado de mi cuarto. No sabía qué podía
ser. Hoy era noche de luna llena… ¿qué me había dicho mi amigo sobre la
hora de las brujas?, ¿todos los demonios salían?, ¿y hoy era luna llena?
El doble de malo.
Las sombras en mi habitación comenzaron a
juntarse alrededor de mi cama. Un pensamiento pasó por mi mente…
sombras. Miré por la ventana. Ahí, a través de la cortina, distinguía la
silueta de un hombre. Un nuevo miedo me recorrió, uno que no era tan
ridículo como las criaturas de la noche. El hombre demente que estaba
afuera, quizá sí era el Príncipe de las Tinieblas después de todo, como
había dicho mi amigo… No, me estaba comportando como un niño de seis
años en lugar de como el adolescente que era. La razón volvió a mí.
Probablemente sólo quería refugiarse del clima y me vio a través de la
ventana, así que se trepó al costado de la casa para llamar mi atención.
Pero mi corazón latía fuera de control,
su ritmo era un completo caos. Aunque el miedo me tenía paralizado,
necesitaba saber qué estaba del otro lado de la cortina. Una lucha entre
la supervivencia y la curiosidad se desató en mí. La supervivencia
ganó. Me tapé completamente con las cobijas y recé con todo mi corazón.
Pedí por una señal que me indicara que iba a sobrevivir la noche. Dios
me dejó saber que estaba escuchándome haciendo un sonido de golpeteo en
la puerta de mi pieza. Un ritmo lento, en un tiempo constante. No se
aceleraba o se debilitaba. Me senté y escuché por unos minutos… Luego
paró.
Un nuevo ruido comenzó, no tan rítmico
como los dos anteriores. Era el sonido de alguien caminando, alguien que
estaba cada vez más apurado, alguien que estaba en mi cuarto. Los pasos
se detuvieron en el borde de mi cama y sentí cómo dos ojos perforaban
la parte de atrás de mi cabeza. Pude escuchar gotas cayendo al piso,
oler la mugre de sus zapatos. Sentí su respiración en mi nuca, y escuché
una voz profunda, quizá muchas voces hablando juntas: «Ven conmigo».
No quería moverme. Solamente quería
esconderme en mis cobijas hasta que se fuera. Entonces él, o ellos,
dijeron las palabras que cambiarían por siempre mi vida: «No somos de
quienes tienes que esconderte, pero si te quedas acá, ellos podrán
encontrarte». El uso del plural viniendo de este hombre me asustó y
confundió. Tenía tantas preguntas, pero primero debía enfrentarme a mis
temores, y seguir a esta cosa.
Me levanté de mi cama y volteé hacia al
hombre; me miró a los ojos, no, miró a través de mis ojos. De nuevo las
voces hablaron, «No nos temas, te mostraremos. Síguenos». Con eso, el
hombre se arrojó por la ventana. Me sentí obligado a seguirlo. Cerré mis
ojos, y fui tras él.
Tres pisos es una larga caída para
alguien de mi tamaño. Mientras el suelo se acercaba, esperaba descender
más y más lento hasta caer perfectamente parado. Esperaba que el hombre
estirara sus brazos y me atrapara. Esperaba que algo mágico pasara… el
sonido de mis huesos quebrándose contra el suelo, no era lo que
esperaba.
Me quedé ahí, con la espalda contra el
suelo. Podía sentir la sangre saliendo de mi cabeza y goteando por mi
oído, mi visión nublándose.
Miré una figura parada frente a mí. Las
voces me dijeron sus últimas palabras: «Ésta era la forma menos dolorosa
de ayudarte, por favor perdónanos. El único lugar donde realmente
puedes esconderte sin nunca ser encontrado, es la muerte».
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