Detrás del armario.





 Historia Escrita por - Carlos J.



Las gotas cristalinas se escurrían lentamente por la ventana como lágrimas de anciana. La luna que debería estar en la cúspide del cielo, no se asomaba. Las nubes la ocultaban celosamente como hace un niño con una barra de chocolate en el salón de clases. 

Ya hacía una hora que la lluvia había terminado. El único sonido que perduraba en la habitación era el del viento frotándose con las viejas ramas despojadas de su antifaz de belleza que llegaba con la primavera. Por lo demás era puro silencio, sórdido y monótono como siempre lo es.

Por la ventana se podía observar, aunque ligeramente fragmentado por las gotas de lluvia, la montaña cubierta por aquellas nubes negras preñadas con la purificación.

Bill se encontraba solo en su habitación. Tapado con sus mantas escucha con atención el leve ronquido de sus padres, el crujir de la madera y al viento silbante.

            Observaba con indiscutible atención el armario, tan voluminoso que se alzaba sobre la habitación como un rey lo hace ante sus esclavos. Blanco y un poco desgatado parecía la entrada a un mundo totalmente desconocido, misterioso y sombrío. La puerta se encontraba entreabierta, y de la pequeña abertura se observaba nada más que oscuridad absoluta. Desde la mente de Bill de nueve años, parecía que de aquella abertura saldría algo espantoso. Era una tontería desde luego, después de todo como era posible que algo saliera de ahí. Pero para Bill la idea dejaba de ser una idea. Sea lo que fuere que habitara el armario lo observaba pacientemente, esperando el momento oportuno para salir y llevarse a Bill a su mundo inexplorado. Un mundo donde ni siquiera la más baja cordura, o mejor dicho, ni el más psicópata humano podría imaginar, ni mucho menos explicar.

            Primero aquella puerta entreabierta, empezaría abrirse  más y más hasta, que rechinante; cesaría. Luego de aquella oscuridad intangible ese algo empezaría a emerger, mostrando primero sus enormes y amarillentas garras. Deslizándose lentamente hacia fuera, como lo haría un ladrón al girar la chapa de una casa a la cual se dispone invadir, con delicadeza aquellas garras largas y amarillentas tomarían con violencia el borde la puerta y, con el mismo sonido rechinante la empezaría a volver abrir más y más… 


Un pie gris opaco como el de un muerto, con uñas largas, gruesas y negras se asomaría, luego el pie que sigue y poco a poco aquel algo saldría de su escondite secreto, simplemente y llanamente para postrase frente a frente en la cama donde el pequeño e indefenso Bill se encontraba. Y aquel ser de tonalidad gris opaco, ojos plateados; fríos como la noche misma, y con unos dientes amarillentos, tan largos y puntiagudos que sobresalían de la boca y, como única expresión; una mueca que parecería sonreír sínicamente, finalmente arrastraría a Bill hasta su mundo sin retorno, y todo lo que se conociera de Bill nunca más se sabría. ¡Nunca más!

            Pero nada de eso sucedía, la puerta seguía entre abierta y de la oscuridad perpetua no había más que oscuridad perpetúa. Si ese algo realmente se encontraba ahí, no daba el menor indicio de estarlo.

            Bill se sentía estúpido pero a la vez muy asustado. Sudaba como si estuviera en el desierto del Sahara, su cuerpo se hallaba tieso cual estatua, y ni hablar palidez que era idéntica a la del papel

             No sabía por qué, no encontraba razón alguna de aquel miedo; era irracional. Pero de algún modo toda aquella situación lo mantenía en estado de alerta, a la espera de algo, pero no sabía de qué. La hora era totalmente desconocida, el tiempo era aliado del terror.

            No es más que una estupidez, no es más que una estupidez…

            Retía constantemente en su mente Bill para consolarse, porque en cierto modo todo aquello no era más que una ilusión, era la imaginación trabajando contra el pequeño Bill, era nada más que eso. Pero aún así la ansiedad y las ganas de echar a correr circulaban llameantemente por sus venas, estaba en estado de frenesí. 

            Por la ventana se vía, nuevamente, como la lluvia empezaba. El caer de las gotas sobre el techo dada una sensación acogedora, una sensación de tranquilidad. 

            A través de la casa el mismo silenció vacó recorría cada centímetro del lugar. Pero había algo más que sobresalía del viento frotándose con las ramas, aquel sonido era áspero, retorcido y pausado. La lluvia crecía ferozmente, y aquella sensación sobre acogedora se desvanecía cual fantasma. Las gotas pesadas golpeaban con fuerza el techo como si quisieran entrar. 

            Lo que provocaba aquel sonido parecía moverse, acercándose desde alguna parte de la casa. Bill lo oía, seguía mirando minuciosamente con pavor la abertura de la puerta entreabierta del armario. Él no sabía de dónde provenía aquel sonido con certeza, no le importaba. De su rostro pálido como papel, se deslizaban sigilosamente unas pequeñas gotas cristalinas que brotaban de sus líquidos ojos y, después como un asesino a sueldo, caía libremente sobre las sabanas de la cama.

            Silencio, aquel sonido ceso. En cualquier caso podría haberse debido a la lluvia que provocaba aquel ruido áspero. ¡Pero no!

            ¡Lo reconoció, por fin lo reconoció!, como algo tangible, algo real, tan real como la palma de su mano. Aunque era demasiado tarde.

            De aquella oscuridad brillaban, resplandecientes como dos haces de luz en la eterna oscuridad del cosmos; unos ojos amarillos. Vaya que parecían dos esferas de navidad. Bill reconoció que su miedo, era sino instinto; como el de un siervo cuando siente la presencia de un cazador. Reconoció que el habitante del armario era, simplemente su cazador. Y nuevamente era demasiado tarde.

            La lluvia y el viento seguían gritando a todo pulmón que los dejaran entrar, el miedo y sensación de hormigueo en las manos se incrementaban a cada momento, su corazón le latía en la garganta, su mente se encontraba en blanco y las piernas le temblaban.

 Tal como se lo había imaginado, la puerta del armario se empezó a abrir rechinante y lentamente, solo que no paraba. Aquellos ojos chispeantes que brotaban desde la oscuridad, lo miraban fijamente, impacientes, incansables, e incluso podría decirse que lo miraban con deseo.

            Bill sentía unas ganas indescriptibles de sollozar, pero no la hacía, exteriormente hablando. Era como si aquellos ojos lo hipnotizaran, lo mantenían de rehén en su propio cuerpo, le estaban absorbiendo el alma.

            Sería totalmente difícil decir si Bill se encontraba consciente de la situación, porque cuando la puerta se terminó de abrir, el niño no hiso ningún movimiento. De aquella abertura de que se formaba por la puerta entreabierta del armario empezó a emerger ese algo. Salió lentamente, tal como lo haría un hombre en muletas al salir del hospital. 

            Aquella figura espectral era de un color gris, parecía una especie de alíen o un muerto en vida. De sus manos sobresalía unas largar uñas amarillentas, que en cierto modo, le daban un aspecto repulsivo más que de miedo. Sus ojos eran tan grandes como platos, si los ojos son el reflejo del alma, aquel ser no daba el indicio de tener alguna. Su boca hacía una especie de mueca que pretendía ser una sonrisa, la cual llagaba de oreja a oreja; de las comisuras de los labios que eran de color negro, sobresalían como alfileres, pero gruesos como los del tiburón, sus dientes amarillentos, que de igual manera se repartían de oreja a oreja.

            Aquel ser se acercaba tambaleante y a la vez vacilante hasta el lugar donde se encontraba el pequeño Bill, incrustado como espantapájaros en su cama… Y después silencio. 

            En la sala de la casa de escuchaba el ruido monótono del viejo reloj de ébano, resonaba una y otra vez, recorriendo cada rincón de la casa, anunciando vehemente la llegada de una nueva hora.

            El viento y la lluvia habían cesado. Las nubes se empezaban a despejar y, los primeros rayos de luz solar entraban por las ventanas de la casa. La habitación se encontraba en total silenció, mientras que los rayos solares entraban tranquilamente dándole a dicha habitación un aspecto angelical. Todo estaba en perfecto orden. Los pajarillos se regocijaban, como celebrando, disfrutando del sol. La puerta de aquel armario se encontraba cerrada.

 Historia Escrita por - Carlos J.

 



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