Al día siguiente la misma escena se repitió, otra pareja y la misma luz
intermitente. Daniel, estaba contra todo pronóstico genético, asustado, pues se
acababa de chocar de cara contra algo completamente anómalo e ilógico. No le
hacía ninguna gracia compartir escalera con una puerta negra por la que entraba
gente que luego no parecía salir. Daniel se preguntaba si el anciano casero sabía
que sus inquilinos habían cambiado la puerta de color, pero en seguida barrió
esos pensamientos de su cabeza, ya que al día siguiente tenía que madrugar, y
la rutina seguiría su curso sin que nada se alterase. Pero la rutina nocturna
también continuó, y el nerviosismo en Daniel también siguió un proceso de
crecida exponencial según avanzaban los días.
El cuarto sábado se propuso salir y picar a sus vecinos, pero justo cuando
iba a salir, y vio entrar de nuevo a otra pareja se detuvo en seco. Suspiró y
volvió junto con la televisión y el sofá.
La noche transcurrió sin ningún contratiempo entre ronquido y ronquido,
hasta que su corazón dio un vuelco. Alguien llamaba a la puerta, pero no con el
timbre, sino golpeando a la puerta, pero lo que hizo que las manos se le helaran
no fue tanto la llamada como el ruido, pues a parte de ser arrítmico parecía
como si multitud de manos cerradas aporrearan la puerta de la calle. Se colocó
la bata sin abrochar, se calzó las zapatillas, tragó saliva, hinchó el pecho y
abrió la puerta sin mirar por la mirilla. Barrió lentamente con la mirada la
escalera mientras se atragantaba con su propia saliva, y vio para aumento de su
sudor frío, que el rellano estaba vacío. La puerta de sus vecinos estaba
abierta con aquella luz blanca intermitente y débil.
“A la mierda”, pensó Daniel, y entró en el apartamento vecino.
Al entrar, su primer instinto fue el de salir corriendo, pero para su
asombro, no tenía la sangre tan fría como creía, pues no se movió ni un
centímetro del lugar en el que estaba. El apartamento no tenía paredes, era
negro y con una televisión al fondo en el suelo. De ella y su pantalla con
niebla, era de donde provenía aquella luz intermitente. La espalda de Daniel y el
pecho se llenó de brazos oscuros. Estaba rodeado por multitud de personas sin
luz, totalmente oscurecidas a ojos de Daniel. Lo obligaron a sentarse en el
suelo y mirar la niebla de la pantalla. Poco a poco, Daniel sintió disipar su
mente, como si todo le invitara a seguir con el sueño. Su cuerpo se oscureció,
al igual que el de sus anfitriones.
No se volvió a saber más de Daniel en el rellano y el edificio. La puerta
negra volvió a ser blanca. Y el casero nunca recibió el pago del alquiler, pues
el piso estaba vacío, sin inquilinos, solo con una tele vieja y rota en el
suelo.
Historia escrita por- Ignacio Castellanos
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Historia escrita por- Ignacio Castellanos
una gran incógnita al final
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