Sueño en Serie

Historia escrita por - Ignacio Castellanos

Él formaba parte del porcentaje menguante de consumidores habituales de sueños a la carta, vendidos con o sin receta -dependiendo de los ingresos del ciudadano- por la empresa Dulces Sueños. Él había visto cómo aquellos sueños exquisitamente hilados de manera artificial en la red neuronal del consumidor, habían cambiado por completo la vida de las personas, convirtiendo cada escena de su vida en uno de ésos anuncios repletos de caras alegres, familias felices, y vidas perfectamente encaminadas. Pero lo que él había visto de primera mano era un manojo de inseguridades, necesitado de respuestas fáciles y manidas. Los hijos de todos aquellos consumidores duros de los sueños en serie, sufrieron los peores efectos, ya que eran incapaces de soñar; sus hijos habían heredado la incapacidad para soñar, algo que sus padres habían logrado a golpe de cirugía cotidiana.

Era tal la normalización de algo tan antinatural, que él, comenzó a sufrir una marginación social como nunca antes había vivido. Él no comprendía cómo aquellos que consideraba personas sanas y cuerdas, se sometían por propia voluntad a una cirugía que les convertía a largo plazo, en unos seres incapaces de soñar por cuenta propia.

Algunas personas compraban sueños pornográficos, la mayoría tabúes que en su vida diaria serían delitos, como violaciones y asesinatos. Otros compraban sueños en los cuales su vida estaba resuelta, y la autorrealización se encontraba a la vuelta de la esquina. Pero un día, tras dos generaciones de consumidores, comenzaron a suceder una serie de accidentes con los sueños en serie que nunca antes había ocurrido. Muchos de los que despertaban, parte de su cerebro permanecía en estado de sueño. Cinco personas murieron pensando que podían volar, y otros dos se mataron tras soñar con un suicidio. Él observaba todo esto con terror. Él nunca había estado tan solo en toda su vida. 

Tras éstos “accidentes”, muchas empresas que recibían subvenciones por parte de Dulces Sueños, comenzaron a sustituir los derechos de sus trabajadores, por dosis diarias y gratuitas, de sueños en serie. Él, con reticencia y miedo aceptó, pues de lo contrario hubiera sido puesto en la calle. El sueño en serie, ahora era un beneficio y derecho que debía ser aceptado sin reservas por el trabajador. 

Él escogió el sueño estándar “descanso reparador”, pero cada noche, soñaba que mataba y abría en canal a su mujer y sus dos hijas, tras lo cual, se ponía a mascar palillos mezclados con trozos de cristal, destrozándose la boca y muriendo finalmente de hemorragia interna. Así cada noche. 



Aunque se quejaba y pedía un cambio de sueño, cada día, el psicólogo de la empresa negaba con la cabeza y le aseguraba que aquella noche sería diferente. Pero aquella noche no había sido diferente, aquella noche había vuelto a soñar que abría en canal a su mujer y sus dos hijas entre gritos y resbaladizas escenas oníricas a causa de la sangre y las tripas de su familia. Al día siguiente, él acudió al trabajo cubierto de sangre, con la boca repleta de trozos de madera astillada, la cara llena de arañazos, y un cuchillo en la mano derecha. 

Según el psiquiatra y el equipo de psicólogos que lo habían atendido, aquel asesinato había sido el producto de un deseo latente en su inconsciente, nada que lo ligara con su consumición de “descanso reparador”. Mientras, en la televisión de la cafetería, un hombre de rostro saludable anunciaba el incremento de los ingresos en la compañía más influyente del planeta, Dulces Sueños, pues todos aquellos casos de supuestos brotes violentos, presuntamente ligados a su producto de consumo mundial, y considerado ya un derecho humano, habían sido neutralizados, curados o aislados para su tratamiento psiquiátrico, con el fin de someterlos a estudio y prevenir incidentes similares en el futuro.

Él escuchó en alguna radio o televisión lejana la voz del presentador:

“De parte de toda la familia que compone Dulces Sueños, gracias por ayudarnos a cumplir todos vuestros sueños”


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